viernes, 27 de febrero de 2009

burakumin

Dice el artículo 1 de la declaración universal de los derechos humanos lo siguiente:
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Como muestras de lo contrario, nace esta sección.
Imagine Japón, paradigma de la modernidad y el progreso. Aún así, unos tres millones de sus habitantes siguen llevando sobre sus espaldas una pesada herencia. Sus antepasados fueron burakumin, como ellos. Un sistema de castas de naturaleza feudal que se remonta siglos atrás y que gozó de la bendición de la siempre inoportuna interpretación religiosa que bendecía la discriminación de aquellos seres a los que se relegaba a trabajos impuros relacionados con la muerte: matarifes, enterradores, verdugos,… A finales del siglo 19 se abolió oficialmente la discriminación pero también la constitución japonesa imita al artículo primero, antes reseñado, y en la práctica, la realidad es diferente. La realidad habita en barrios diferenciados y en discriminaciones educativas y laborales, lo que arrastra a la marginación social en muchos casos. Como siempre será el tiempo el que con la ayuda de las personas tendrá que poner tierra de por medio entre las tinieblas del pasado y una sociedad libre de oscuros prejuicios, moderna en lo verdaderamente importante.

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