martes, 25 de noviembre de 2008

voces

Alma y voz se confundían al otro hilo del teléfono. El alma se volcaba en cada frase, en cada entonación, con cada silencio. Esa alma que reflejaba empuje, hablaba de un estado anímico óptimo, todo mientras la conversación se iba por derroteros antagónicos al alma y a sus diminutos habitantes, los sentimientos.
Dicen que la cara es el espejo del alma, reflejo casi instantáneo de penas y alegrías, con llantos y sonrisas que nos trasladan al centro de un corazón que gime o salta. De ese rostro anónimo surge una voz que despierta los sentidos en el otro interlocutor, voz que transporta a mundos por descubrir, voz sin rostro ni cuerpo, voz que puede engañar, porque la cara no engaña, voz que puede engatusar o enloquecer, subidas y bajadas, vida incipiente o tibieza de adulto ya cansado, una voz que transporta al espacio de los sueños, soñador gratuito y despierto, espacio prohibido.
Fueron varios los diálogos de contenidos intrascendentes para el alma; después del último silencio, a uno le gustaría seguir escuchando “holas” o “buenos días” de esos que ponen los pelos de punta o que confunden a un corazón expectante.

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