lunes, 7 de julio de 2008

deseo infantil

Cuando uno es pequeño no sabe lo que es la muerte, aunque se juegue con ella en peleas imaginarias o reales y se crea uno morir después de darlo todo sobre un terreno de juego. Hay muchas cosas por las que yo vendería mi alma al diablo. Y una de ellas sería el poder tener no sé cuantos pocos años y estar en un campo de fútbol, corriendo como un poseso, comiéndome la hierba y luchando por la victoria. En el fondo, lo que el niño desea es ser feliz y lo busca a cada paso y en cada minuto. El encuentro con la finitud de la existencia nos cambia la cara, pero seguimos buscando felicidad allá donde se puede. Porqué no ahora, en la Eurocopa, como meros espectadores pasionales. El fútbol, tan denostado por muchas cosas, tiene su parte buena: generar pequeñas dosis de felicidad, ilusión o satisfacción. Si dentro de unas horas no ganamos la copa, el viaje hasta la final habrá merecido la pena. Y si la ganamos, miel sobre hojuelas, ese niño oculto y lejano chillará, saltará y se olvidará de la muerte una vez más.

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