viernes, 25 de julio de 2008

bruselas

La pequeña región de Bruselas, que incluye la capital del país, es una de las tres en las que se divide el país de Bélgica. Enclavada en la frontera entre las otras dos regiones, ofrece al visitante el multiculturalismo que tanto Flandes como Valonia, o al menos algunos de sus habitantes, parecen rechazar. Diferencias idiomáticas, culturales y como no, económicas hacen que los que ahora son más prósperos, los norteños de Flandes, incidan en las diferencias, acompañando el ruido sobre una posible división del país. Resulta también curioso que Bruselas sea la oficiosa capital de esa entidad llamada Europa, que alberga el parlamento europeo y desde donde miles de personas trabajan para seguir construyendo un futuro común para los habitantes de este continente. El ansia nacionalista de los vecinos contrasta con el afán integrador europeo y con los aires de ciudad cosmopolita de la capital. Uno encuentra en sus calles a muchos africanos, originarios de las diferentes colonias que Bélgica tuvo. Leopoldo II, rey del país en los albores del siglo XX se convirtió en dueño y señor del Congo, donde se enriqueció a costa de los de siempre. Mario Vargas Llosa, en el prólogo al libro El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild, dice que es una injusticia que no se equipare a este rey con Hitler o con Stalin a la hora de juzgar las mayores salvajadas de nuestra última historia. Quizás sea el fantasma de este rey el que persigue a los belgas para hacer que no se quieran sentir como tales, que aborrezcan de un pasado no tan lejano, colonial y sangriento. El barrio de Matongue de Bruselas es el barrio africano que alberga a muchos de los que la vida ha ido poniendo desde ahí abajo aquí arriba en busca de un futuro mejor, buscando sólo vivir, en la ciudad que busca ser la avanzadilla de un nuevo país llamado Europa que haga olvidar fronteras. Lástima que otros las quieran poner.

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