sábado, 19 de julio de 2008

amsterdam

Resulta sobrecogedor el tomar las escaleras, que estrechas y en elevada pendiente, suben a las habitaciones de una casa donde se escondieron ocho personas, huyendo de la persecución de los judíos por parte de las autoridades nazis durante la ocupación alemana de Holanda en la segunda guerra mundial. Es la casa de Ana Frank, en Amsterdam, hoy convertida en un museo para describir a través de la historia de Ana el horror de la barbarie. Museo de extraordinaria acogida, con gran afluencia de público, resume entre paredes semi vacías el legado de un diario en el que aflora la esperanza infantil y el miedo a la muerte. Frases sueltas de ese libro se suceden en una muestra sencilla pero en la que sobran casi las palabras. La oscuridad, las cortinas siempre cerradas y el silencio no sirvieron de nada. Alguien delató su presencia y activó la cadena de acontecimientos que les llevó a los campos de exterminio donde sólo el padre de Ana sobrevivió. Padre que contestó miles de cartas tras la publicación del diario y que las solía acabar con estas palabras: "Espero que el libro de Ana te inspire el resto de tu vida y que te impulse a luchar, en la medida de tus posibilidades y dependiendo de las circunstancias, por la paz y la solidaridad".

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