miércoles, 9 de octubre de 2024

lisboa.sept24.5

Volvemos de nuevo donde el Tajo se abandona para siempre, ya no es río. El lugar es simplemente mágico. Cova de Vapor es el paradigma de un silencio inestable sólo roto por el océano. De una tranquilidad pasmosa que quizás asuste cuando los cielos descarguen, la arena amenace con invadir el hogar o las aguas lleguen a casa. Aquí han dejado instantáneas de la historia del pueblo por sus paredes, homenaje y reconocimiento a los antiguos moradores, o para aquellos visitantes que se conocieron aquí, se enamoraron y vivieron años juntos antes de que sus cenizas se disolvieran en las aguas, marinas o fluviales, aguas indivisibles para almas gemelas.
Hoy se quieren proteger las dunas, carteles de madera en vivos colores alertan de lo que ya todos sabemos, pensar en algo más que en el ser humano parece más necesario que nunca. Sin saber si volveré a este destartalado y confuso pueblo que despide al Tajo, me gustaría que quien venga encuentre la misma naturaleza invasora que hoy admiro yo, y así para siempre. Comemos en Trafaria, nos separa del río un trozo de arena negra donde las gaviotas hacen tiempo y una señora recoge algún tipo de molusco del agua. El presidio abandonado está cerrado, un contrasentido. No el fuerte al que se accede por camino de tierra y que está lleno de grafittis y color. Los cañones apuntan a ningún sitio y me imagino los gritos de una película de terror que se rodara aquí; las vistas del río, del mar y de Lisboa, desde una altura considerable, casi producen vértigo. Nos acercamos después a Puerto Brandao que se mantiene en pie de milagro. Una cuesta larga lleva al agua, el ferry espera, aquí cenamos en una noche cerrada hace algún tiempo. Y en el presente se cerrará la noche de hoy, andaremos las calles nuevamente para llegar a Campo Grande, regresaremos para comer un cachorrinho y descansaremos antes de volver.

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