jueves, 8 de diciembre de 2022

grada

Y nuestro fútbol necesitaba al otro, se alimentaba del de los mayores, del de verdad. Y allí íbamos a verlos, al campo, nunca estadio, y en casa leíamos o veíamos, y después todo era emulación en nuestros particulares campos, todo era querer ser como aquel.


El humo salía de las gradas, ascendía, no era niebla, eran cigarros y puros en ebullición.
Había insultos e imprecaciones, cosas que hoy se considerarían políticamente incorrectas (todos sabemos que desterrar esos comportamientos es como ponerle puertas al mar). Y los ánimos de la afición eran muy particulares, se animaba si el equipo hacía vibrar un poco al aficionado. No era gratuito como hoy en día donde parece que muchos aficionados van a perder la voz antes del pitido inicial. Si las cosas iban mal se llegaban a sacar hasta los pañuelos blancos, pidiendo dimisiones. En el peor de los casos, sobre todo para enjuiciar la labor arbitral, se llenaba el campo de almohadillas, no olvidemos que el cemento de la grada era frío (qué pensarían los que tenían que recogerlas). 


Al otro lado, en la tribuna opuesta, estaba el marcador simultaneo, manual, con operario de radio en mano, donde aparecían los goles de los otros partidos, porque todos empezaban y acababan a la misma hora. Así pasaba la tarde, hasta el domingo siguiente que tocara partido.

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