En el parque de la fuente del berro hay ruido, mucho. La M30 no da respiro y el silencio se escabulle. Qué lástima no poder pasear sus caminos sin más sonidos que los de los pájaros o las cotorras. Hay pavos reales, incluso alguno salió de paseo, seguro que vuelve. Los árboles son enormes, pinos y otros, el pirulí parece otro de ellos que se dispara a las alturas sin hojas ni ramas, también hay estanques y cascadas, y paseantes escasos. Alrededor hay casas bajas a las que ya no llega el ruido y unos metros más allá la calle del Doctor Ezquerdo se llena de sirenas y de esa vida de sábado por la tarde donde a veces no se puede ocultar la soledad, la de esa gente que compra el dulce para la noche o para el desayuno, que abre la puerta para luego cerrarla sin esperar visita. Y luego luces de Navidad todavía apagadas, y otras muchas que van y vienen, blancas y rojas. Yo me agarro a ella, a su mano, y a la música y al romance y a otras voces para que todas juntas me espanten la oscuridad.
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Hace 1 mes
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