jueves, 30 de septiembre de 2021

viena.5

Mercadillo de ciudad, repleto de lugareños y turistas. Se vende hasta lo inservible. También hay comida, especias de bazar oriental, olores desconocidos, comestibles nunca vistos, alimentos ajenos que van conquistando nuestro paladar. Se pasea bajo el calor, se reponen fuerzas. Buscamos después la paz de un cementerio que ya no recibe más cuerpos. Es bosque casi salvaje con caminos que muestran lápidas, o ángeles llorosos, letras y años de otro siglo. Allí un monumento a Mozart, nadie sabe si están sus restos ahí. Y luego otro, más actual, parece una pequeña ciudad, de calles organizadas y limpias, con jardines y grandes panteones y monumentos funerarios. Allí está Beethoven, Schubert y los Strauss, entre otros muchos, su legado sigue sonando. Ya de vuelta vemos carreras, de niños y no tan niños, helicópteros que vigilan y gente y más gente. Luego el glamour de la ópera, en la entrada, trajes largos, en las escaleras, en los intermedios en lujosos salones dedicados a cafetería. Fotos repetidas, inmortalizar momentos. Pero cuando se apaga la luz y se levanta el telón llega la magia. Desde el palco vemos y oímos algo que atrapa. Es Tosca de Puccini. Es la historia, la música y el canto, es un espectáculo, creo que adictivo. Y luego a soñar.

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