Si fuera la última vez que veo el mar me llevaría el recuerdo de disfrutar de la mejor maravilla de la creación. Me dan ganas de llorar al ver esa inmensidad, ruidosa e inestable. En Figueira da Foz desemboca el Mondego y la playa es larga y ancha, con banderas rojas y verdes, con paravientos y gente, sin multitudes, con olor a mar, con noria y pistas de juegos sobre el inmenso arenal. Me quedo con el mar que moja sin avisar, que llega y se va. Sin grandes edificios, sin construcciones que sobresalgan, hay paseos para cansarse y bancos para sentarse, y mirar o sólo dejar vagar la mirada. Brisa, temperatura cercana a un ideal. Se me olvidaba, siempre hay niños que juegan y que sueñan como yo soñé.
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Hace 5 semanas
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