Anguita, paradigma de la honradez. Muere
del corazón en medio de la pandemia. La vida no da tregua, ni siquiera a quién
tenía todavía algo que enseñar. Siempre didáctico, él, partidario de ocupar
conciencias antes que calles. Todo, todo cambio, empieza por uno mismo, y para
eso hace falta serenidad y silencio, maestro de muchos. Que es lo contrario de
lo que se estila hoy en día. Se apagaron los ruidos de calle durante el
confinamiento extremo pero nunca se fueron las voces estentóreas que quieren
ser más por hablar más alto o por decir más barbaridades. Volverán los otros
ruidos y ya seremos los mismos, rodeados de gritos y jaleo, los mismos sin
algunos menos. Echo de menos el silencio, el que te hace no saber qué decir un
domingo a las siete treinta de la mañana, por dónde empezar. Disfruto con los silencios
impagables que unen palabras en el Crack cero, película sin colores pero a la
que no le hacen falta. Me encierro con los que también hay en Rayuela, ahí
vuelvo, segunda tanda, segunda fase, para sentir de nuevo placer y envidia. Y los
busco dibujando, cuerpos, los que encuentro después de buscarlos, para después
sentirlos y luego plasmarlos. Y acabo, ajustándome a él, acostumbrándome, un
minuto, o más, es mi homenaje al fallecido.
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