Río de día que se
mueve. Libros y revistas de arte en una casa donde los visitantes dejan su
impresión en una libreta. Sillones para ver que la luz entra. Cuadros y coches,
fotos y camello. Elefantes, juguetes de niño. Vida que se ha mudado, vidas,
casa que se vende. Somos tan parecidos que nos gusta hacer fotos de ventanas. Abajo
el rastro que se monta para vender aquello que no se quiere, abrigos a tres
euros, pieles, tazas. Desayunamos con vistas a un comercio que despierta.
Luego andar,
bajar a una ribera que cambió de barco, el gigante zarpó. Cruzamos el Tejo en
barco que parece crujir también, dos alturas para ver casi olas en un río
inmenso. Viaje corto para llegar a Cacilhas. Una orilla de antiguas naves,
ahora cerradas y en peligro de derrumbe. Algunos pescadores y vistas de la
Lisboa conocida. Seguimos la orilla, la dejamos y ascendemos hasta Almada,
pueblo con vida de diario. Continuamos hasta el Cristo Rey, basílica de oración
y ascensor que nos lleva a vistas impresionantes. El puente naranja, rojo,
siempre ahí. El día se asienta en azul. En Ponto Final comemos al borde, las
olas llegan, hacen ruido. Todas las viandas buenas. El sol que nos da. Ideal el
sitio. Luego unas copichuelas de moscatel con dulces, bombas de la infancia,
qué más…Barco de vuelta, y andar. Iglesia de Santo Domingo, gingina, antiguo prostíbulo
hoy café, escaleras llenas de dibujos. Gente, turistas. Barbería para descansar
y que él se arregle un poco la barba. Andar más, cenar en Alfama y fado que se
asoma por las puertas abiertas de las tabernas. Cansados, dormir.
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