Antes íbamos a
Miranda, veinte km en tren, para beber y cenar, y beber de nuevo. Ahora las
despedidas de soltero o soltera son sorpresas sin orejas y ojos que les llevan
a Lisboa y otros destinos en avión. Como han cambiado los tiempos. Y hay
disfraces, más fotos y selfies, se puede bailar en el pasillo y cantar. Lo demás
es similar, todo empapado en alcohol. Alguna voz se apaga al despegar, se
tragan las reservas, algún miedo. Camus habla y parece que volara por encima de
todos. Su prosa, su ensayo, se hace poesía, se vuelve a veces casi musical. Y siguen
con las copas, los que todavía no conocen medida, voces, vocerío.La mirada de
un niño, ahora aquí, ahora allá, inocente, aterrizamos.
Lisboa en el
atardecer del tráfico de un viernes. Nos llevan y nos traen. Que bien veros y
veros bien. Calles que conocemos, casas que no. Vidas que intuimos y que ahora
tienen escenario definido.
Factorías antiguas,
antes llenas de ruido y trabajo se llenan ahora de vida nocturna. Cenamos entre
antiguas rotativas, comida oriental, no olvidar que Portugal también se
expandió. El señor que cobra el parking es de esa época en la que algo de este
país sigue anclada, o al menos esa estética que no quiere ser reluciente y
joven. Parece una ciudad y es un barco, crucero, todo luces, parece un rio y es
casi un mar. Dormiremos en casa ajena, antigua, cruje la madera, se hizo de
noche en el agua.
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