El lunes sigue
brillando el sol. Andamos y andamos buscando un supermercado de manualidades.
Lleno de cosas. Luego leche, luego tienda de antigüedades donde perderse es
posible, luego playa donde el día invita a sentarse. Fuera ropas, gente que no
trabaja, vacaciones, lo que sea es válido para escaparse. Las piedras hacen
ruido, sólo si se pisan o si las arrastran las olas que se van. Volver a andar,
comprar algo de comida y sentarse con vistas al mar. O sentarse sobre el mar,
se ve por las rendijas del muelle, estructura de madera que soporta el paso del
tiempo.
Despedidas sin
lágrimas, adiós, vosotros os quedáis, nosotros nos vamos.
En la estación
de trenes alguien toca el piano, está ahí para eso. Agarrado a mi mochila y
mirando la pantalla me veo como una de esas personas mayores que siempre
parecen perdidas entre la multitud que espera en los andenes. Viajamos con
pareja asiática que practica nuestro idioma. No sé si a punto de caer dormido,
un pasajero de otro tren mira un punto indeterminado. Cayó dormido, desnucado,
el cuerpo no aguanta más. Se van, nosotros también.
Aeropuerto,
espera, embarque, vuelo, libro que acaba, indeterminado el regusto, el final se
antoja inesperado, hasta triste. Llegaremos.
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