
Nos movemos ahí afuera y
algo hace que nos movamos aquí dentro. Sopla algo con fuerza, escribir, cerrar,
y volver a escribir. Y volver a leer. Todo seguido, otros escuchan música o
hacen como que escuchan. Quizás se acabó el tema, la batería, o se cerró su
mente, cayó en sueños. No saber la hora que es, no saber si estamos más aquí
que allá. Oír un zumbido rutinario, y que no deje de oírse, la música sin
melodía que acompaña un vuelo que antes o después aterrizará.
Toses, mocos,
películas, bolsos, manos que se deslizan, ojos cerrados, pañuelos al cuello.
Sortijas, anillos, antes se llamaban…cómo, me olvidé. Sellos, sí, porque valían
para mojarlos en tinta y estampar iniciales de familia con letras llenas de
filigranas, góticas o románicas, que nacerían del oro de muchos quilates.
Ahora sí,
bajamos, no hay niebla, dicen que ocho grados, esto no es calor. Aterrizamos
antes de tiempo, hemos corrido, acelerado, cruzado el continente y el canal,
más rápidos de lo esperado.
Servicio de
trenes de Gatwick a Brighton en obras. Alternativa Uber, Abdul es inglés,
originaria su familia de Bangladesh. Ayer cenó paella, le gusta el fútbol, no
entiende el Brexit y es musulmán. Y podemos hablar y comprendernos.
Nos esperan en
el hotel, el motivo de nuestro viaje. Se apagan las luces mientras cenamos. Copiosa cena. Suena el
cumpleaños feliz en turco, en otra mesa.
Hora de descansar.
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