sábado, 23 de junio de 2018

mundial.1


Yo quiero ser sólo un espectador. No quiero apostar ni antes ni después, ni durante. Quiero ver 90 minutos de juego y algo más, el descuento. Quiero ver que no se guardan nada.
Y es que el mundial no dura meses, puede durar minutos, tan pocos como 270. Y así es que la pasión se impone, por ganar, por llegar, por decidir. Tampoco el público se guarda nada cuando todo va bien o antes de empezar, se desborda todo en el gol, en el corner o en la esperanza. Aparecen ojos risueños, claros, teces oscuras, diferentes, pinturas de guerra en rostro, disfraces. Aparecen los móviles para decir que aquí estamos o para iluminar la noche.
Los himnos se cantan o se escuchan, la programación de la cadena aparece en medio del centro del campo, se olvidan del fútbol por unos segundos, fuera de tono, fuera de juego.
Y el verde, inmaculado, antes y después.
Y luego recogerán ganancias los que apostaron para nunca hacerse ricos.
Pobre y espectador me quedo.
Globos gigantes, banderas que no juegan y Ben Amor salta al campo. No hay romanticismo en el fútbol.
Comentaristas exagerados, cualquier selección de pobre nivel parece competitiva. Comentaristas que se repiten, de tópico. Y encima propagandistas de la programación de la casa. Se salva Kiko, Carreño y Camacho, tan directo como cuando corría la banda izquierda, sin esconderse.
Uno no sabe quién dijo aquello de que el fútbol es un estado de ánimo. Yo sí, él no, yo debería estar comentando. No, yo quiero ser espectador.

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