sábado, 13 de enero de 2018

cinco de enero



Es cinco de Enero y los Reyes traen el mejor regalo. Que no, que no es la paz, ni la abundancia, ni nada abstracto. Que es el agua que todo lo moja, y también nieve que colapsa carreteras y embellece las postales. Y los padres no tienen manos para sostener paraguas y niños en brazos. O se suelta uno u otro. Y los reyes pasan rápido en carrozas, que se mojan. Pero saludan y luego vendrán a cada casa, subiendo escaleras por fuera para ver sin ver en la oscuridad del hogar cómo se puede dejar felicidad, algo, en forma de juguetes, regalos. Y todos se van corriendo, unos se agachan para coger caramelos del suelo, mojados, el ser humano se puede volver casi miserable ante lo gratuito. Todos a casa, a comer roscón o a cenar y dormir, rápido, que no nos vean despiertos. Nosotros no hacemos caso y pasamos parte de la madrugada cantando. El cantar siempre alegra el alma, la eleva, la enternece, le hace temblar. No vemos escaleras afuera, no oímos nada. El silencio de afuera y la guitarra de dentro. Deben de haber llegado ya, o no, durmamos que mañana tendremos sorpresa. No nos hagamos demasiadas ilusiones, digo los adultos. Algo nos dejan, al lado del árbol. Pero algo más, que no vemos, en los corazones. Lo que cada uno quiera, siempre lo puede buscar, hurgar, arañar la piedra hasta encontrarlo, aunque no sea día de reyes, aunque no sea cinco de enero, aunque llueva desde un cielo negro que invita a pisar las calles y a mojarse y a despertarse y a alegrarse de que el ciclo de la vida volvió.

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