domingo, 8 de octubre de 2017

Oporto-1

Frío y miles de coches en procesión. Lunes, 18 de septiembre. Coches y personas que quieren entrar a Madrid, a trabajar. También se sale de la capital, pero menos, poco a poco se diluye el tráfico en las salidas y cuando se atisba la sierra los coches son sólo un recuerdo. Nubes de otoño y dos arco iris, un túnel auxiliar que no recuerdo para cruzar a Castilla. Desolación entre Ávila y Salamanca, más frío en ésta.  Abre Leclercq a las diez, comprar y seguir. Las mandarinas vienen de Uruguay, mucho viaje para tan poco sabor. Vacas de verdad, y toros, y también vacas de mentira, de colores, quietas. Animales que se mueven, que se siguen unos a otros, unos pastan, otros miran, el suelo alfombrado de no sé qué, entre encinas y quejigos, árboles que parecen podados a propósito. No, es un capricho de la naturaleza. No interviene ésta en las fronteras, ese es un capricho humano, que puso marcas y límites. Y el paisaje no cambia al pisar Portugal y dejar España. Cambiará, no sé si por la labor de repoblación, y masas forestales empiezan a cubrirlo todo. Parece que hubieran caído del cielo miles de eucaliptos, los hay enormes, apuntando al cielo, los hay pequeños, con su color diferenciado. Y de repente vemos paisaje quemado, también incendios activos. Llamas que en algunos casos saltaron la mediana y de ahí al otro lado. También desolación. Llegamos a destino, Oporto, cruzando el Douro, así le llamaré, allí Duero. Se conserva vieja la ciudad, con sus obras y sus azulejos, y con sus muchos visitantes. De momento a comer, el bacalao llama la atención, al lado de la plaza de los leones. Le han llamado leones asados al restaurante. Nos quedaremos con el pescado. Suena raro el hotel, Malaposta. O diligencia para transporta sacas de correos (malas) y personas. Los caprichos del idioma que no traspasan fronteras. Tenemos que ir a buscarlos. Iglesias cercanas que sorprenden por la misa de tres. Es la del Carmen, azulada en el exterior, representando historias.  En su interior dorado barroco en el retablo. En los Clérigos, famosa por su torre, la forma es ovalada, preside la Inmaculada y la gente mira, quizás rece. En la de los Congregados hay velas con fuego de verdad, los extintores prestos y alguien pasa el aspirador. Ir a ver trenes, me gusta. Sao Bento es la estación, sus paredes cuentan historias, y hablan del país. Otros pondrían publicidad. Azulejos blanquiazules que hablan de la conquista de Ceuta, 1415, por el infante Don Enrique, el navegante, hijo de Joao I, representado también en el vestíbulo en su entrada en Oporto acompañado por su mujer, Felipa de Lancaster. Pasando la entrada, los trenes esperan. Lo viejo y lo más viejo conviven en la ciudad. Alguna restauración en curso, obras y casas que siguen como hace cuatro años.
Bajar al río para ver la inmensidad del cauce, la anchura que no cambia. Alguien se tira, atrae turistas, pasan la gorra. Muchos navegan. Terrazas y hamacas al sol, ¿quién trabaja? El puente de Luis I, son 394 metros de longitud, me suena a vértigo su altura, que desconozco. Por abajo me siento seguro, pasan coches y parece que estuviéramos sobre un mar. Al otro lado, en la ribera, se compite por hacer la mejor pizza. Suena “despacito”, y hay barcos y bodegas que anuncian sus caldos. La ribera parece haberse modernizado un poco. Hay teleférico, la memoria no lo recuerda, mercados recuperados, vistas magníficas desde la cabina que sobrevuela la ribera y más vistas desde el mirador más alto. Hay que cruzar de nuevo, desde lo más alto, esta vez asoma el vértigo, la valla es más pequeña. Al otro lado hay plantas violetas que lo toman todo, que anegaron las ruinas de verdor. La señora riega las suyas, tejados a vista de todos. Recuerdos de otra visita, andar y andar, cuestas. Cenar en restaurante San Martino. Estudiantes de negro, elegantes, con capa, alguna con cuchara de madera. Alguien en la ventana fuma y juega con el móvil. Otro recoge monedas en el suelo y vuelve a hacerlo, ella sonríe al leer su teléfono, él toca y cuando no canta sopla la armónica. Con los pies mueve platillos y hace sonar el cajón, las manos en la guitarra. Aplausos. Él dibuja sin público, la torre alta, terrazas aquí y allá. Hay vida en el lunes que no se quiere ir.

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