He
decidido hablar sólo, no para mí, para quien quiera oír. Conscientemente. No
hay locura, no es pasear, andar, con prisas, con auriculares y micrófono que
recoge palabras. El escenario es el salón de mi casa, en la soledad de la
tarde, que se va, de la noche que se viene, en la penumbra que se forma si no
se tornan las luces. Todo para clamar, o declamar, o para vocalizar, sin más, y
escuchar y sentir. La culpa es de alguien que escribió por necesidad o para ser
leído, para limpiar su alma, o para vaciarla y empezar de nuevo, para darle
sentido a lo que piensa, para que le escuchen. Nunca se sabe, escritor de una
generación, lo son todos. Éste, del 27, famosa, famosos todos. De apellido que
puede ser nombre, y de nombre antiguo. Escrito en 1918, Ella por título.
“¿No
le conocéis? Entonces
Imaginadla,
soñadla….”
Soñad
las tardes, soñad los días, los amaneceres tranquilos y los atardeceres que
traen oscuridad, el cielo se torna gris, casi negro, las gotas forman
cataratas, las aguas que se echan de menos caen de golpe, de un cielo
desbordado, sin mesura. Es Julio. “Cerrad los ojos”, dice el poeta, Gerardo
Diego. No para leer, sí para apuntalar lo leído, para esperar que pase la
tarde, que deje paso al silencio, que ya es de noche, que ya se apagan las
luces que no se dieron, que ya la mente se pierde, que ya el cuerpo se olvida,
que llegan los sueños, prestos para imaginar, soñar, de paso…
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