sábado, 1 de julio de 2017

de noche



De qué escribir cuando no sabes qué contar. Qué hacer cuando no pasa nada o pasa todo, lo importante se aviene, llega, se manifiesta, pero no quieres contarlo porque es real, porque es tuyo, no sólo, compartido. Cuando los días se enfrían, las nubes llegan, algunas tormentas descargan, se fue el calor, al principio del verano, cuando los días se acortan, llenos aún de luz. De orgullos en Madrid a ataques cibernéticos que no dejan sangre, chantajes sólo. Y en la realidad de la noche se cierran las persianas, se abren las ventanas, se descansa mejor. Se pronuncia la intimidad, llegan los pájaros, no se cansan, cantan, pían, buscan, despiertan, alegran la mañana, dicen que la naturaleza nunca se va. Paisaje eterno, a pesar del asfalto, del coche, de los humos, del ser humano que renuncia al futuro, por vivir el presente, sin pensar en los que vendrán. No, para qué. Qué haya olas de calor mortales en unos 80 años sólo le importará al que nace hoy, o ayer, o mañana, que no sabe nada, que llora en un medio extraño, buscando consuelo en su madre, o en su padre, buscando esa sensación de que alguien le cuida. Ajenos a futuros inciertos. Sólo predicciones. Quizás todo cambie, y las asociaciones de humanos hagan algo de verdad. No lo veremos los que lloramos el siglo pasado, los que brindamos con el nuevo, los que moriremos en él. Los que a veces, en noches cortas, nos acordamos de lo simple que es la vida, y corta, y previsible, y escasa, y hermosa, irrepetible. ¿Cuántas vidas repetiría usted? Cuantas noches, o días, o momentos. Cuantas caricias, cuantos despertares. El niño que llora, que ama sin saber que es el amor. En eso la vida no ayuda mucho, la experiencia no te ayuda a definirlo con palabras. Es algo que se encuentra, que viene y va, que a veces te hace llorar, otras reír, que recorre tu espina dorsal, que llena una de tus horas, que acaricia la piel, qué ojos los que te miran, un sueño entre sombras, sin saber que es el amor, sólo viviéndolo.

No hay comentarios: