sábado, 10 de junio de 2017

tren



Empecemos por el arte y un paseo por el Caixa Fórum. Ramón Casas, artista catalán. 150 años, se celebra el nacimiento. La modernidad anhelada, es el título. Que será la modernidad. A qué se le llama moderno. Definir el anhelo es más fácil, todos los llevamos dentro. O casi todos. De diversas clases e intensidades. No tenerlos sería sinónimo de enfermedad o de muerte. Sin futuro no hay vida, sin proyección, aunque sea a mañana. Tan de moda ahora, el vivir como si no hubiera un mañana. Algunos lo exageran tanto que lo cumplen. A veces el placer no tiene límites, y las consecuencias pueden ser las no ideales. Oportunidad y decisión, dos aspectos siempre en juego. Obras que pintan paisajes y retratos. También contemporáneos suyos, Sorolla y Picasso. También fotografías de García Rodero, Cristina, de allá de la India, impecables en color, tanto que asustan. Un color que suaviza lo que no entendemos. Un color tan perfecto que parece de cuento. La exposición lleva por título Tierra de sueños. No hablan los protagonistas, no sabemos con qué sueñan, cada noche, o despiertos. Yo sé lo qué sueño, durante unos segundos lo recuerdo, no lo apunto, recién despierto, y lo olvido. Personas del día a día que aparecen. Dicen los que saben que los sueños son anhelos insatisfechos. Hay paseos, cortos. Hay una estación de tren, Atocha, donde espero la llegada de un AVE. Paradigma de la modernidad. En la sala de espera, gente, ancianos, que no esperan a nadie, que se saludan al llegar y al marcharse. Que hablan y no esperan personas, sólo a qué pase la tarde, que pase el tiempo, y hablan del tiempo, del meteorológico, de la lluvia que no llega, de la tele que mostró uno de esos fenómenos de la naturaleza, que callan y vuelven a hablar, de algún viaje que hicieron o harán. Que leen el periódico si no quieren compartir, y que miran. Sin obligaciones de nada. Levantarse y adiós, no hace falta más. A la fresca del aire acondicionado. No se ven los trenes. Alejados. Sólo las personas que los utilizaron, y sus maletas. Entre medias de todo, el Reino Unido se tiñe de sangre inocente, en nombre de lo antiguo. En nombre del fanatismo. También Kabul o Irak. La sangre de Afganistán es igual, la de los afganos. Es brillante y roja, si el sol ilumina los cuerpos. Es oscura cuando llega la noche. Pero la repercusión en nuestra vida diaria no es la misma. Quizás la lejanía, quizás, pero no deja de ser triste. Mientras tanto el Real Madrid sigue ganando y celebrando. A ritmo de gol y sirenas. Todo se para, juega, y festeja. Las sirenas anuncian algo. Parece que viniera Obama. También en Segovia, tiempo para comer. A ritmo de provincias. El Acueducto sigue siendo magnífico, de postal, y que dure. También un paseo por el Retiro, es la Feria del Libro. Arriba y abajo, paseo de coches. Me pregunto si es moderno leer a los clásicos. Lo que sí tengo claro es que anhelo ese espacio, para pasear y ver, para comprar y esperar la oportunidad de abrir el libro y pasar las páginas. Sentados enfrente del hotel Mediodía, en la glorieta del Emperador, imagino ese espacio en blanco y negro, tal y como se fotografiaba antes. Veo a la gente con traje gris y a los árboles en tonos grises. Taxis de color negro, con banda roja. Y viajeros que buscan algo o que inician una nueva vida, y que se alojan allí. Son los años cincuenta o cuarenta. Ellos veían color. Yo veo claroscuros a través de sus cámaras. Instantáneas donde reconocer algo o nada. Una foto olvidada, una foto encontrada, y allá aparece alguien conocido. Me fascina el buscar en esas fotos, buscando algo que yo no perdí, yo no estaba allí, buscando algo que nadie sabe lo que es, un instante, un detalle, quizás un anhelo en un rostro. Y luego a un tren, de cercanías, que da sueño. E imagino un trayecto largo, atravesar la España nuestra, en vías paralelas, la que no se entiende, la que a veces se puebla de anormalidades. No se ha hecho de noche todavía, es el ritmo, es ese traqueteo que inspira confianza, y es entonces cuando el cuerpo se abandona. El mío. El suyo cae en el abismo, de la inconsciencia. Reminiscencias de una cuna que mecía un cuerpo pequeño, un alma de tamaño proporcional, por hacer, quizás. Nada de eso es moderno, ni la vida ni el mecer. Todo lo contrario, es antiguo, y eterno.

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