La Paz es un hervidero. Antítesis de nombre. Hospital General y
Materno Infantil. Más, banco de sangre. Para perderse. Para esperar. Salen y
entran, nosotros también, pareciera el metro en hora punta o la Gran Vía en día
de fiesta. Algunos en pijama blanco o verde, toman el aire o el sol, enfermos. Todos,
aspirantes a ello, más o menos. Erguidos ahora, sanos, contemplamos a los que
se mueven despacio, torpemente, o con ruedas. Batas blancas, verdes, blancas
otra vez, fonendoscopio al cuello, ese es médico, el otro ni se sabe. Imagino seguir
a alguien que se pasa el día andando pasillos, tomando escaleras y ascensores,
y que nunca llega a su destino. Imagino que suena la sirena imaginaria, fin de
turno, y que abandona el centro después de andar, subir, bajar y ver. Observar a
los semejantes que parecen saber dónde encaminar sus pasos, que hasta paran en
unas vitrinas de la entrada que muestran objetos de la medicina más antigua. Quiere
ser un museo, modesto. Cerca la capilla y el capellán. Alguien vende el boleto
que va a tocar. Done sangre. El tubo blanco, el martilleo. Al salir el
silencio, la sala de espera se vació. Llega la tarde, fuera el fuego. En Casa
Pepe comemos. Qué hace Franco, en fotografía casi arrugada, por allí,
presidiendo. Banderas anticonstitucionales también. Menú del día, comemos en
paz con los anacronismos. Dicen que Cristiano está imputado. Presunto fraude. Uno
más, delincuencia de guante blanco, en este caso, todo de blanco. Ahora dice que se quiere ir, que lo haga, que
se vaya, pero antes que pague si se demuestra la culpa. Más sencillo imposible.
Más fuego, lo combato en Carrefour, comprar sin querer. La tarde que se
silencia o casi. Que trae viento de África, o del desierto. Eso no debe de ser
vida. De hecho muchos huyen de todo. Dicen que Alcobendas es una gran ciudad,
con grandes y pequeños ciudadanos. Unos ensucian mucho, molestan, son insolidarios.
Otros, la mayoría pasan desapercibidos en muchos quehaceres. Menos mal. Nuestros
representantes no sé cómo miden la grandeza, sus mentes son inescrutables y
cada vez se expresan peor. Quizás deberían oír o leer a Jose Luis de la Fuente.
Escribe poemas, escribe cosas que le salen del alma. Él lo cuenta así sin más,
sin alardes, y lo recita. Presenta su libro, El respirar y el agujero, y reúne
sobre todo a amigos suyos. Y te deja un rescoldo que te incita a comprar el
pequeño volumen para leerlo a ratos o de una tirada. Gente así hace grande un
pueblo, o ciudad, o más. Lo demás son fuegos de artificio. Acabo, muere un
torero, se desata de nuevo la polémica. Descalificaciones e insultos. Humanos que
se alegran de la muerte de otro ser humano. Creo que alguno se perdió la
primera lección de vida. Quizás sordo, o ciego, no mudo. O no se la explicaron
bien. Yo sigo con mi empatía a cuestas, la única palabra que me acompaña, las
demás podrían sobrar.
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