domingo, 18 de junio de 2017

no hay padres perfectos



Hacer limpieza u ordenar. Estanterías con libros que dejan ver lo que se leyó, lo que todavía no, o lo que no se leerá nunca. Uno de los primeros. Lo compré en 1993, no sé si antes o después de que naciera mi primer hijo. Lo terminé el 24 de febrero de 1994. Ha llovido. Uno no acaba de ser padre nunca. Pasado lo anecdótico de pañales y vacunas, el meollo de la paternidad se antojaba insondable. El libro me ayudó. Miento, se me sigue antojando insondable. He olvidado, he crecido con ellos, y nunca dejaré de hacerme preguntas.

La paternidad definida por cada padre o madre admite incontables interpretaciones.
Para la mayoría supone una gran revolución. Un terremoto físico, emotivo y mental. Todo seísmo implica caos y desorden, pero este caos se puede transformar, más bien, se debe transformar.
Como nadie nace enseñado, después de esos primeros meses felices, agotadores, nubosos, por lo de estar en las nubes, surgen las preguntas, las dudas, las inquietudes. Todos opinan de las comidas, de los sueños, de las posturas, de esas cosas tan necesarias, pero no suficientes.
Y uno, que busca algo más, empieza a hurgar y a investigar. Y esas casualidades de la vida hacen que en tus manos caigan libros; unos que se pueden abrir y cerrar y algún otro que se abrió y nunca se cerrará. En el fondo no es más que un intento de escribir el libro de la vida, porque la humanidad está llena de padres e hijos que se relacionan entre sí y todos con todos.
Y es bonito descubrir que Bruno Bettelheim, fallecido hace unos años, escribió este libro con 84 años (1987), la experiencia es un grado. Este señor le puede ayudar a generar nuevos terremotos, más fuertes, devastadores. Uno se queda como desnudo con toda su historia, con sus virtudes y sus defectos, a la vista de aquel a quién queremos tanto. Y esa luz, ilusión y esperanza que representa un hijo empieza a transformar a los padres. Vemos las oportunidades que nos ofrecen nuestros hijos. No todo es dar, se recibe infinitamente. Se está ante una oportunidad única. Oportunidad para mejorar, sí, para ser mejores personas, para ser modelos de verdad para nuestros hijos. Para entenderlos y para entendernos. Para descubrir la humanidad común que nos debiera unir.
Lo dice Publio Terencio, (2 siglos A.C.), esclavo romano y autor de comedias, en una cita del libro: SOY HUMANO; NADA HUMANO ME ES AJENO.
Sigamos intentando ser padres aceptables, porque como dice el título del libro, no hay padres perfectos.

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