domingo, 18 de junio de 2017

donoso



Volando viene, en avión, me lo regala mi hijo, de viaje en Santiago de Chile. Los personajes se suceden y los espacios se enclaustran. Interiores, muchos. Exteriores, escasos. Ser alguien. Una constante. Demostrar algo, salir del olvido. Otra constante del libro, no caer en él. Perpetuarse. Precioso el epílogo escrito por Donoso. Ahí muestra los tres o cuatro instantes, azarosos, breves, que marcan el origen del libro. Instantáneas que le llevan a construir una historia de la que a veces pierdo el hilo y muchas lo  recobro. Me engancha la palabra, la forma, más que la historia que no parece llegar a ningún fin, aunque llega. Tardó en escribirlo ocho años y lo acabó en España. Y rebuscando en las fuentes de inspiración, aparecen otras imágenes, acostumbradas, no azarosas, la de una familiar del escritor, Blanquita Portaluppi, que visita asiduamente a la familia. Su breve reseña, en ese epílogo, casi me hace llorar. Le sirvió para pintar imágenes, para poner trastos, para dibujar escenarios. “No tiene a nadie que la recuerde”. No es verdad, todo aquel que haya acabado la novela y que haya leído este epílogo, recordará, debería, en algún rinconcito oculto, a la Blanquita, “pobrísima, discreta,…”

El obsceno pájaro de la noche. José Donoso. 1970

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