Volando viene, en avión, me lo regala mi hijo, de viaje en Santiago de
Chile. Los personajes se suceden y los espacios se enclaustran. Interiores,
muchos. Exteriores, escasos. Ser alguien. Una constante. Demostrar algo, salir
del olvido. Otra constante del libro, no caer en él. Perpetuarse. Precioso el
epílogo escrito por Donoso. Ahí muestra los tres o cuatro instantes, azarosos,
breves, que marcan el origen del libro. Instantáneas que le llevan a construir
una historia de la que a veces pierdo el hilo y muchas lo recobro. Me engancha la palabra, la forma, más
que la historia que no parece llegar a ningún fin, aunque llega. Tardó en
escribirlo ocho años y lo acabó en España. Y rebuscando en las fuentes de
inspiración, aparecen otras imágenes, acostumbradas, no azarosas, la de una
familiar del escritor, Blanquita Portaluppi, que visita asiduamente a la
familia. Su breve reseña, en ese epílogo, casi me hace llorar. Le sirvió para
pintar imágenes, para poner trastos, para dibujar escenarios. “No tiene a nadie
que la recuerde”. No es verdad, todo aquel que haya acabado la novela y que
haya leído este epílogo, recordará, debería, en algún rinconcito oculto, a la
Blanquita, “pobrísima, discreta,…”
El obsceno pájaro de la noche. José Donoso. 1970
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