domingo, 19 de marzo de 2017

san lorenzo



Las ruedas avanzan rápidas.  Restos de nieves en montañas que se acercan. Antenas en la bola del mundo. Sol y azules cruzados por deshilachadas nubes. En San Lorenzo del Escorial se entra despacio. Hay badenes y semáforos. Tomo el sol mientras la espero. A la vera de la mole del Monasterio. Gente, turistas, van y vienen. Se oyen idiomas y se hacen fotos delante de la austeridad en arquitectura. Sólo la estatua del santo, en piedra. Lo demás son ventanas y simetrías, geometría ordenada. La basílica se puede visitar. Metros que para mí son kilómetros. Ayudado de muleta, engañando las baldosas, hago que suene el arco de seguridad. Dentro se pierden las voces de los vigilantes que se desgañitan intentando que no se hagan fotos. Cuadros iluminados y altar que se pierde en la altura. La joya está en capilla recogida. El Crucificado de Cellini. Mármol blanco, inmaculado, tras cristal protector. El maestro italiano puso todo en la obra. Velas y pasos. Se puede ver pero no tocar la frialdad blanca. Fuera, sentados, observamos, unos van y otros vienen. Grupos y familias. Luego al Miranda Suizo, hotel antiguo y cafetería que mira a la calle. Un chocolate espeso con condimento que no acertamos a descifrar y picatostes en forma de paralepipedo, crujientes, magníficos.  Enfrente del hotel exposición de acuarelas de alumnos del taller dirigido por Leandro Antolí. Buen maestro debe de ser si los alumnos obtienen estos resultados. Muestra excelente, pequeños formatos que despiertan los sentidos. Caminando, es un decir, desandar lo andando. Vuelvo a pisar las calles nuevamente. Suenan las campanas. Hay boda, trajes y vestidos. También la música en el coche. Las nieves se alejan.

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