Espectacular libro. A partir de diarios de veinte personas que
participaron en la Primera Guerra Mundial se reconstruye cronológicamente ésta.
Testimonios de primera mano salpicados con notas del autor. Se reescribe lo
escrito. Hay exaltación, nacionalista, al principio. Ganas de entrar en
combate. También miedo o apatía. La guerra como aventura. Son jóvenes. ¿Cómo
llamar, cómo nombrar a los que pierden a un hijo? Despedidas en andenes. Mujeres
de luto que van a la ópera a llorar. Las cartas llegan con retraso. Pasan
meses. ¿No iba esto a durar poco? Desesperanza. Mercenarios que rechazados en
un bando pasan a otro. Palabras simples, como tierra o agua, escritas en un
cuaderno escolar, devuelven el equilibrio a quien las lee. Alguno de los
escritores muere pronto. La guerra como cambio, una de las protagonistas le
pide a Dios, un año antes, “envíame una pena…que despierte mi alma de su
absorbente sopor”. Esto es mas que una pena. Es el desastre de la humanidad. Aferrarse
como náufragos al médico para conseguir la baja. Desaparecidos. Censura de
prensa. Todo va bien. No es cierto. Revolución en Rusia. Cansancio. La contradicción
entre el frente y la retaguardia donde se come helado y se flirtea. Las tumbas
que cavan chinos con túnicas azules. “¿Cómo pueden dormir tan tranquilos los de
la primera oleada? Al salir de la trinchera soltarán todo lo que protege sus
vidas”. Y la carta a un enemigo muerto. “¿De qué te sirve a ti el haber
contemplado el mundo con tanta avidez?....Muerto, ¿por quién?... los vivos que
no creen que ellos vayan a tener que morir, esos ya no se acuerdan de ti…tú, el
hombre, ya no existes, y es como si nunca hubieses existido…”
Para leer poco a poco, dejando intervalos. Para que el poso de la
amargura no crezca más.
La belleza y el dolor de la batalla. Peter Englund. 2011
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