Segundo
día en los Arribes. Buen desayuno en el hotel. Abundante. Buscamos el Picón de
Felipe. Ayer lo vimos desde abajo. Desde arriba toda cambia. Dice la leyenda
que Felipe estaba enamorado y pretendía hacer trizas el picón, golpe a golpe,
para que las rocas cubrieran el cauce y pudiera alcanza el país vecino. Su amor
al otro lado, portuguesa. Unos veinte minutos andando, ida. La vuelta es cuesta
arriba y el calor aprieta. Coche, aire acondicionado y carreteras de antaño. Estrechas,
sinuosas. Pasamos a Zamora provincia. Allí mas Duero. Desde la ermita de la Virgen
del Castillo hay otro mirador. La iglesia está cerrada. Impresionante el cruzar
la presa de la almendra. Mar a un lado. Vacío al otro. No es el Duero, es el
Tormes, alimenta al primero. Se puede parar y admirar la caída. Más vértigo. Unos
kilómetros mas para alcanzar Miranda do Douro. Se pasa la frontera y está el
pueblo, allá en lo alto. El Duero de nuevo, puente que lo cruza. Coqueto pueblo
de casas blancas al sol, abundante. Mucho turista patrio. Restaurantes y tiendas
que venden toallas y artesanía. Comemos en Capa d’Honras. Buen bacalao a buen
precio. El nombre habla del atuendo tradicional para protegerse del frío y la
lluvia. Una muestra en la entrada. Estatua en la plaza. Compramos pasteles de
Belén. Un par de iglesias, interesantes, la de la Misericordia y Santa María la
Mayor. Portugal por unas horas. Bajamos al parking, exterior. Una pequeña
culebra se mimetiza con el color de las escaleras. La lengua que se mueve. Ahí se
queda. Cruzamos el río, nos elevamos hasta la meseta y alcanzamos Zamora. Mas fuego
en los alrededores, los helicópteros llevan agua. Dicen que todas los caminos llevan
a Roma. A Madrid también, pero a veces las indicaciones confunden y las señales
desaparecen.
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