El
ruido de la hojarasca en la tarde calurosa. Son pocas las hojas que al moverse
suenan como ecos de tambor o como herramientas que raspan el terreno. Tiesas,
duras, sueltas, a merced de un viento, calle arriba, calle abajo. A la par humo
en el cielo. Incendio que afecta a Portugal y que el viento del oeste nos trae.
Estamos en los arribes del Duero, parque natural que abarca dos provincias de
nuestro lado, Zamora y Salamanca. En esta última estamos, en Aldeadávila de la
Ribera. En el corazón, a escasos kilómetros de un río que no se sabe dónde
está. Hemos llegado hace un rato, hemos comido el menú del día en el hotel y la
tarde se espesa, con calor de 41 grados y mas fuego allá, cerca. En cinco
kilómetros, bajando un desnivel de 400 metros acumulados al final, alcanzamos
el cauce del Duero. Vistas tras una curva y pendientes que inspiran miedo. Al lado
del embarcadero la playa del rostro. Arenal artificial en meandro de río,
ancho, inalcanzable, entre enormes moles que lo encajonan. Agua sobre hierbas y
arenas. Algunos se bañan, nosotros nos mojamos. El frescor del río que viene y
se va. El barco es un catamarán que abre ventanas e incorpora ventiladores. Al otro
lado Portugal. El viaje dura hora y media. Interesante. Profusas las
explicaciones de la guía a la ida. La vuelta para las fotos y el movimiento. La
mano del hombre transformó el río. El cauce aumentado, elevado, para poder
aprovechar un salto de 160 metros en la presa, donde daremos la vuelta. Metros de
paredes a ambos lados, mucho granito. Historias de contrabandistas que usaban
tirolinas, de casetas de vigilancia. De cabreros en el lado español y de cultivos en el lado
portugués. Tierra aprovechada, con frutales y mas, microclima. Ahí siguen,
pendientes inverosímiles que zigzaguean para llegar a una casa al borde del
río. Alguien ahí, saluda, idioma internacional. La central que mas electricidad
transforma en todo el país. Enorme mole. Vemos buitres. Muchos. También hay
alimoches y palomas. Historias de buitres de largas alas. El cabrero que se
descuelga para robar comida. El cabrero que ha sido inmortalizado en la plaza
del pueblo. Nidos. Cría de buitre que ha caído y está acurrucadas al borde del
agua. Nadie vendrá a buscarla y nunca remontará el vuelo. Aprendemos que
Torrelodones debe su nombre al lodón, árbol que abunda en los arribes, palabra
que deriva del latín ripa, u orilla o ribera. Cinco presas que se reparten
España y Portugal. Volvemos y subimos. Yo de pequeño soñaba con cuestas que el
coche no podía subir. En lo mas negro del sueño el coche volcaría hacia atrás. Sueños
de carreteras de entonces en coches de entonces. De vez en cuando lo vuelvo a
soñar. En primera subimos y enfilamos curvas de herradura. Lo conseguimos. El humo
parece aumentar. Nos llegamos al mirador del fraile. Vértigo en el pequeño
balcón. Si la vista desde abajo transmite serenidad, ésta desde arriba se transforma
en movimiento vertiginoso. La energía eléctrica, recién transformada se distribuye
y hace ruido al viajar por esos cables adosados a las enormes torretas. Cena en
el pueblo, en el Paraíso. Noche de chicharras, de sillas en calle y de
conversaciones veladas.
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