Viernes, los horarios del
Tram no se cumplen. Nubes que luego se irán. En coche a la playa. La playa de
Castellón se divide en tres tramos, inapreciable la diferencia. Extensa, ancha,
con palmeras a un lado, con escasos edificios y de poca altura. Paseo con bicis
también. Andar y escuchar. El mar, que no para ni parará de llegar e irse. Y
volver, volver, en forma de olas que motivan o adormecen, que se anuncian
blancas, espumosas. Reflejos de sol, barcos que se van, cabezas que asoman a la
superficie. Pescadores, brillos, rocas, arena. Restos de vida. Montañas de
Benicassim ahí detrás. Y una nube solitaria, huérfana. Alguno busca pokemons. La
playa no era así antes. Desandar el camino andado, la arena que se pega, el mar
que moja. Secarse al sol, las almas andan o hacen gimnasia o juegan o se
tumban. Sombrillas, colores. Y el rumor como de caracola, incesante, eterno.
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