lunes, 5 de septiembre de 2016

capillas



Hubo un tiempo que llegaba a casa. Google dice que se llaman capillas domiciliarias. En mi casa se llamaba la Virgen. Recibirla, tenerla y pasarla. Un estuche de madera que viene cerrado y se abre; se abren las puertas y se sube el frontal, recortado en formas caprichosas. Ahí va escrito el nombre de la Virgen. Yo apostaría que la nuestra era Nª Sª de Angosto. Santuario cercano a Vitoria. Incluso diría que tenía una rendija para echar monedas. Quizás alguna oración alrededor pegada con celo en una de las puertas. Lo he olvidado. Olvidé el tacto de la madera oscura. El asa para llevarla al siguiente destino. Para llamar al timbre y ofrecerla. Unos cuantos días más. Alguien rezaría, se suele hacer en silencio. Y de repente desapareció el trasiego, dejó de venir, y no pregunté. Las cosas pasan, se olvidan, queda el poso que a veces se reaviva.

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