Hubo
un tiempo que llegaba a casa. Google dice que se llaman capillas domiciliarias.
En mi casa se llamaba la Virgen. Recibirla, tenerla y pasarla. Un estuche de
madera que viene cerrado y se abre; se abren las puertas y se sube el frontal,
recortado en formas caprichosas. Ahí va escrito el nombre de la Virgen. Yo apostaría
que la nuestra era Nª Sª de Angosto. Santuario cercano a Vitoria. Incluso diría
que tenía una rendija para echar monedas. Quizás alguna oración alrededor
pegada con celo en una de las puertas. Lo he olvidado. Olvidé el tacto de la
madera oscura. El asa para llevarla al siguiente destino. Para llamar al timbre
y ofrecerla. Unos cuantos días más. Alguien rezaría, se suele hacer en
silencio. Y de repente desapareció el trasiego, dejó de venir, y no pregunté. Las
cosas pasan, se olvidan, queda el poso que a veces se reaviva.
lunes, 5 de septiembre de 2016
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