Suena
una alarma, suenan las campanas, dos veces. La torre de San Pedro está tan
cerca que casi podría tañerlas yo. A la altura de un sexto piso. También gallo
veleta sobre típica cúpula levantina de ladrillo azul. Sol sobre tejados y
sombras que crecen o decrecen. Ruido de calle ahí abajo. Voces de trabajadores
y coches. Desayuno en la Tapa. Plazas que despiertan. El Segura lleva cuarenta
centímetros de agua. Hasta siete metros llegan las señales. El pez gigante
busca agua u oxígeno. En la trasera del episcopal aparece el Cardenal Belluga
en estatua y niños de excursión. Gritan. Suenan las castañuelas en la escuela
de artes y danzas. Es hora de visitar la catedral. Empezamos por la torre.
Visita guiada donde estamos solos. Explicación en el exterior. La segunda torre
mas alta de España después de la Giralda. Se asciende por un sistema de rampas
que en un momento dado aumentan su inclinación. Se esconden relojes que ya no
funcionan en sala de secretos donde hay reverberación al hablar y donde se
puede hablar de un extremo a otro sin que el que está en el centro se entere.
Llegamos a la zona donde está la sala de los conjuros. Allá donde se invocaban
las ayudas contra tormentas, inundaciones y plagas, o se bendecía al Segura que
daba vida. De la sala central a los cuatro conjuratorios de las cuatro esquinas
de la torre mas otro conjuratorio que está colgado sobre el vacío. De ahí un
cilindro en forma de palmera alberga la escalera de caracol que nos lleva al
campanario. 20 campanas, toneladas de peso. Mes y medio tardaron en subir una
de ellas. Cada quince minutos se tocaban en su día para marcar el riego de las
huertas. Suenan hoy también, quince minutos para las once. Asustan. Parece
mentira que se llegaran a alcanzar los dos metros de agua en el interior de la
Catedral. El Segura como dador de vida y de desastres. Bajar la rampa siempre
es más cómodo. Muy interesante la visita a una torre que estuvo en construcción
durante 300 años (200 de ellos con obra parada). Y que está un poco inclinada.
No abandonamos el recinto. El museo de la catedral es el destino inmediato.
Preciosa Inmaculada en formato pequeño, talla anterior a 1690 de la escuela
granadina. Y dos joyas de Salzillo. La virgen de la leche, relieve de 1745. Y
sobre todo, el San Jerónimo, obra de 1755. Gran realismo y viveza. Me recuerda
a las tallas de Carmona. Del museo pasamos a la Catedral, donde suena el
órgano. Capillas cerradas pero bien iluminadas.Y textos explicativos. La joya es la capilla de los Veléz, fundada por
Juan Chacón en 1490. Mayordomo mayor de la reina Isabel e hijo de Gonzalo
Chacón. Mas Salzillo por toda la Catedral. La capilla de la Inmaculada del
trascoro muestra una bonita talla de la Inmaculada, anónima de finales de XVII,
de escuela madrileña. En 1854 un incendio destruyó la nave principal. Por eso
el retablo del altar mayor es relativamente nuevo, de 1862 y estilo neogótico.
Allí, en un arca de piedra descansan el corazón y las entrañas de Alfonso X. Él
lo quiso así, y su cuerpo se dividió. Turistas, grupos guiados, se hablan
lenguas. En el altar una sorpresa, una talla de la Virgen que acoge gente bajo
su manto. Nos dicen que es la Virgen de la Merced o de la Misericordia, no
pertenece a la Catedral, y viene de Puebla de Soto, talla anónima del XV.
Andamos hasta el barrio de Vistabella buscando un mercado con oferta culinaria.
No la hay. A veces las guías fallan. Barrios de vida normal, donde no hay
turistas. Árboles de flores moradas y niños con pelota. Sol y calor. Comemos al
aire libre en el palco del parlamento tras desandar lo andado.. La ensalada
murciana, o lo que es lo mismo, moje manchego, y un arroz y verduras. Menú del
día, muy bueno. La Arrixaca contra la Fuensanta. Ecos de la visita mañanera que
nos llegan ahora. O como la lucha por el poder entre parroquias hizo cambiar la
patrona de la ciudad. En la plaza, una estatua del Maestro Fernández Caballero,
de 1935, compositor de zarzuelas, como gigantes y cabezudos. Poco a poco
avanzamos hasta el Convento de Santa Clara. Visita gratuita a un recinto que
alberga un museo con restos arqueológicos de un palacio árabe adyacente y un
espectacular museo de arte sacro que muestra la colección de las monjas
clarisas. Dice Ibn Arabi (Murcia 1164-Damasco 1240) a la entrada: “Mi corazón
acepta todas las creencias. Prado es para las gacelas y convento para el monje,
templo para ídolos, Kabila para peregrinos, tablas de Torá y libro de Corán.
Profeso la religión del amor doquiera cabalguen sus monturas, pues el amor es
mi sola religión y mi fe”. No hacen falta explicaciones. Volviendo a lo mundano
dice Al-Hinyari refiriéndose a esa Murcia árabe, “casi siempre está la vida
barata y se encuentran frutas a buen precio”. La historia dice que el convento
se remonta a 1290. En arte sacro, obras mayoritariamente anónimas como la colección
de tallas de Niño Jesús. Obras de Nicolás Salzillo, el padre de Francisco,
artista italiano. Y la estrella de la colección es un crucificado del hijo,
llamado Isabelas, por pertenecer a esa congregación, una de las ramas de las
franciscanas. Talla de 1770. El ruido del agua que no se pierde. Y sombra
ventosa. Y más ruido y menos pensamiento, y mas paz en el descanso. Tiempo de
quietud. Una leche preparada o merengada en Sirvent. En la Iglesia del convento
no falta la talla del escultor murciano. Ecos de California, serán las palmeras
y el adobe. Muchas flores y una monja que dialoga tras la celosía. El miércoles
continúa.
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