A 25 kilómetros se divisa la catedral. Es ya de noche y la luz resalta
una silueta todavía vaga. La carretera, oscura, con pocos pueblos o vías de
servicio. El GPS guía la entrada. Se distingue enseguida esa particularidad de
las ciudades de provincia. Es sábado y las calles se llenan de gentes, de
compras o paseo, de lo que sea. Pero se respira en la calle. Después de dejar
los bartulos en el hotel damos vueltas a la hermosa plaza porticada. Llueve afuera.
Como nosotros más de uno. Los bares atestados. Buscamos comida y cambiamos de
zona para llegarnos a la calle Van Dyck. Nunca imaginó el pintor que su calle
se llenara de establecimientos. El montadito sigue ofreciendo eso, a buenos
precios. Las mesas y la barra llenas. En la calle de al lado, el bar Santi
ofrece tapas con la caña, abundantes. También lleno, quizás ayude el partido
televisado en múltiples pantallas. El fútbol como reclamo. No llueve en un rato
y se puede pasear de otra forma. El Camelot, bar en lo que parece fue una
capilla sigue existiendo, igual que hace mas de veinte años atrás, quizás
treinta. La iglesia de San Marcos es circular. Ejemplo de románico. Alguien reza
y nosotros damos la vuelta. El belén todavía preside. Pinturas murales, en una
de ellas dice algo como: “esta obra mandó hacer Domingo….”. Ahí nos quedamos
con la duda. Seguimos con el paseo nocturno. La portada del convento de San
Esteban impresiona. Piedra labrada, iluminada ahora. Placa en honor de Fray
Diego de Deza, dicen que fue el dominico que ayudó a Colón en su negociación
con los Reyes Católicos. Huellas de Unamuno, allá donde vivió y murió. También de
Fray Luis de León, cuya estatua mira a la famosa portada de la Universidad. Es el
patio de las escuelas menores. Vuelve a lloviznar. Monumental el casco antiguo,
de piedras viejas y de color. Vendaval nocturno que sigue en la mañana y se perpetúa
en el despertar. Un amanecer que amenaza lluvia. Llegará al rato. Las nubes
viajan ligeras. La catedral desde la ventana del hotel se ve ahora oscura. Su figura
imponente. Agitados árboles. Desayuno profuso en ciudad que despierta sin
prisa. Algunos turistas buscan la rana en la portada plateresca de la
universidad. Alguien la puso allá entre 1521 y 1529. Esperamos que abra el
Museo de Salamanca. Precioso el palacio por dentro que lo alberga. Patio de
ensueño. Es el de los Alvarez Abarca. O casa de los doctores de la reina,
porque padre y dos hijos ejercieron como tales para atender a la reina Isabel y
a su hija Juana. Uno de los hermanos tuvo una hija que casó con el comunero
Maldonado. Diferente la aparición de Cristo a la Magdalena, anónimo, siglo XV. Es
bonito el museo, y solitario. Lo visitamos sin nadie alrededor, sólo con algún
comentario de uno de los encargados, que se agradecen. Dos obras de Luis
Salvador Carmona en el patio. Un pintor desconocido en el piso de arriba, Simón
Peti o Pitti, 1665-1714, con dos obras hermosas, El sueño del niño Jesús velado
por tres ángeles, y Tres ángeles venerando la corona de espinas. Visita gratuita
en domingo, visita que merece la pena, siempre. De aquí a San Esteban.
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