colores

Colores vivos, pinceladas de sueños. La tecnología nos acerca a las obras. Los lienzos se expanden, sólo moviendo los dedos, alejándolos entre sí. Y mi paleta se queda corta. Trazos gruesos o delgados. Cosas que nunca se verán en una exposición, donde sólo el conjunto toma cuerpo, donde la distancia pone sentido a la obra. Pero para llegar a esa visión hubo un acercamiento previo, tan estrecho que el pincel tocó lienzo y manchó o repasó, puso aquí y allá. Fascinante el recorrer un cuadro de Sorolla, uno sólo, para descubrir complejidades cromáticas que parecen inabordables. Son niñas, hermanas, protegidas del viento de levante, que pisan esa zona de nadie, que no es del agua, que no es de la tierra, donde se acercan olas, tímidas, y se baten luego en retirada, donde dejan rastros de vida o restos inertes. La zona encharcada, seca ahora, por momentos, arena sedienta de agua. Vuelve el agua, los pies se levantan, quizás alguna sienta frío. Pies desdibujados, imprecisos, con rayos de sol que pintan colores. Infinitos, la belleza que inspira quizás vaya más allá de ese absoluto. Otros pies, envueltos en color rojo, rojísimo. Viveza de color, tacones altos. Contraste con negro vestido. Sentada ella, sentado él, que lleva la guitarra a su terreno. David Silva rasga y Caridad Vega canta. Dar y recibir. Dan vida, música, silencio sólo interrumpido por ellos. También es silencio. Tres tiempos o cuatro. O más. Hay también pedagogía. David, también profesor de guitarra, habla del villancico aflamencado, del libre o del menos suelto. Ella estremece, así parece su voz, que tiembla. Y para muestra un botón, y luego otro. Todo por nada, gratis. Todo por el aplauso del público que disfruta en la oscuridad de esos ecos de esa navidad que ya se viene. El tiempo pone el fin. Se podría seguir mas, no cansa. Afuera la noche impera, de otoño que se va. Y es que lo dice la letra, de Fernando Terremoto, “cuando se asoma diciembre, por estas calles morenas, resuman sus callejones, coplillas de nochebuena...…”.