martes, 1 de septiembre de 2015

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Entre viñas y puestos de melones y sandías transcurre el paisaje manchego. Andalucía torna a olivos, que crecen y esperan en rincones inverosímiles, repletos de esas formas redondeadas de color aceituna que no se distinguen de lejos. Suena la música y pasan los kilómetros dejando a ambos lados bares de carretera abiertos y cerrados para siempre así como esos otros de alterne que nadie quiere cerrar. Los olivos no tienen fin. Suena Pereza y una canción fabulosa, Amelie, con una entrada que dice algo como “yo solo busco que me tiemblen las piernas”. Les acompaña Calamaro, que rasga la voz. Precisa y preciosa. Acompañamiento para ver pasar pueblos bajo el sol y el cielo azul. Paramos a descansar en uno de esos bares donde un camarero desbordado atiende una barra larga. Venden piononos, el dulce de la cercana localidad de Santa Fe, localidad originada a partir del campamento militar instalado ahí por los Reyes Católicos para el asalto a Granada. El dulce es un invento de Ceferino Isla, allá por el 1897, en homenaje al Papa Pío IX. Málaga al mediodía nos recibe con un río seco, el Guadalmedina. Seco por la presa que almacena y evita riadas y que rara vez se abre por las escasas lluvias. El cauce al sol sirve de paseo a pocos, mal acondicionado parece esperar tiempos mas venturosos. Calles estrechas y mesas al aire. Comemos en la taberna Coto un salmorejo y unas curiosas croquetas de salchichón y puchero. Gente que pide y otras que tocan guitarra o acordeón y piden. Suena a lo lejos la música de Verano Azul. Y podrían sonar otras muchas esperando el servicio de un camarero que no tiene prisa hoy ni probablemente nunca. Y no será por el lleno del local. Nos quedamos solos. La catedral es imponente. Pagamos la entrada que te permite el acceso. Enorme, alta. Le llaman la manquita por la falta de una torre, inacabada. Hace calor a pesar de la oscuridad. Vidrieras en lo alto. Se suceden las capillas, repletas de imágenes y lienzos. La de los Reyes presenta a la Virgen del mismo nombre, regalo de los Católicos tras la reconquista de la ciudad en 1487. Fue la imagen que presidió la consagración al culto cristiano del templo. A ambos lados dos estatuas orantes de Pedro de Mena representan a Isabel y Fernando. En la misma capilla un enorme cuadro, la Decapitación de San Pablo, de Enrique Simonet, 1881, lienzo que sorprende por su luz y la perplejidad de los personajes. En la capilla en honor de los caídos del bando franquista durante la guerra sobresale la talla del Crucificado de Alonso de Mena (1587-1646). A sus pies el busto de una Dolorosa, obra de su hijo Pedro. Gruesas columnas soportan los techos labrados. Mezcla de estilos, tras un par de siglos de construcción, acaba decantándose por el estilo renacentista. En la capilla de Trascoro una hermosa Piedad en mármol, obra de los Hermanos Pissani en 1802. Dentro del recinto sólo dos estancias forman el Museo Catedralicio. Estamos solos disfrutando de las pocas pero interesantes obras expuestas. Inconfundible la Piedad de el divino Morales o el San Pablo ermitaño e iluminado de José de Ribera. Del círculo de Murillo aparece una preciosa Dolorosa. Se muestran también diversos objetos que pertenecieron al Cardenal Herrera Oria, enterrado en una de las capillas. De Pedro de Mena se exponen varias pequeñas esculturas. Salimos por coquetos jardines. En el cercano y colorido Palacio Episcopal se presenta la exposición Huellas, conjunto de obras de arte sacro traídas de toda la provincia de Málaga. Ancha escalera lleva al piso principal donde nos encontramos con una bella tabla pintada por Hernán López, allá por 1500-1525, titulada el milagro de San Cosme y San Damián. Muchas obras de Juan Niño de Guevara, pintor barroco, que presenta figuras grandes, algunas poco agraciadas. A destacar otra Dolorosa de Mena y una Virgen de Belén, la que da imagen a la publicidad de la muestra, bella talla de Jerónimo Gómez de Hermosilla, de finales del XVII. Ciudad de amplio fervor religioso y procesionario presenta algunas Iglesias repletas de imágenes que desfilan en la Semana Santa. Una de ellas es la de San Juan Bautista. Otro templo al que se llega cruzando el puente de la esperanza es el de la Virgen del mismo nombre y el Jesús Nazareno, ella es una talla anónima del XVII y él es obra de Benlliure, obras que parecen presidir un escenario en lo alto. Alto en el camino en la Antigua Casa de Guardia, que debe su nombre al fundador, viticultor y licorero, que inauguró el negocio allá por 1840. Proveedor de la reina Isabel II está en su ubicación actual desde 1899. Allá recibe al viajero con grandes toneles llenos de vino y vida. Y sabor añejo en paredes repletas de antiguos carteles festivos. Uno de esos caldos es el pajarete, moscatel suave y agradable. Pasamos también por la céntrica Iglesia de Santiago, profusamente decorada y llena de imágenes que varias hermandades hacen desfilar como la del Cristo de Medinaceli, replica de la imagen de Madrid. Allí aparece también la partida de bautismo de Picasso, enmarcada al lado de la pila. Paseando aparecen rincones como la Alcazaba o el Teatro Romano y se descubre a los vendedores de jazmín en forma de biznagas, uniformados y dejando profundo aroma por donde pasan.  También los músicos callejeros tocan, para todos nosotros, la ciudad repleta de foráneos y locales. Hacemos tiempo para subir a las bóvedas de la Catedral o lo que es lo mismo ascender 200 escalones en caracol hasta el techo abovedado y remendado para evitar filtraciones de agua. La visita es guiada y nos habla del arbitrio o impuesto con el que se pretendía terminar la inacabada obra. Parece ser que en un punto en el tiempo el arbitrio se dirigió a otros sitios. El cielo es inabarcable a las nueve de la noche, las fotos imposibles, y la torre destaca sobre la oscuridad. Visiones de ciudad allá abajo, de farolas y coches y casas que dan luz, de terrazas en hoteles o en casas. De barcos a lo lejos. Damos la vuelta al recinto, mas fotos. Hay cañones en vez de gárgolas, para espantar al enemigo. Cansados buscamos acomodo para cenar. La bodega El Patio es agradable y ofrece raciones como la porra antequerana o alter ego del salmorejo. Tiempo para recordar lo olvidado. ¿Es posible? Sabores de antaño o recuerdos que afloran, quizás invenciones. Es tiempo ahora de pasear y seguir el palmeral de las sorpresas, paralelo al mar, espacio de reconversión de antiguos muelles en espacio cultural y de disfrute del paseante con numerosos lugares para comprar o cenar. Algunos barcos y yates en el agua. El artsenal del muelle uno muestra un coqueto espacio para exponer, sentarse a leer y escuchar música. Lástima que hoy toque un desafío al buen gusto por parte de una banda instrumentada haciendo lo que ni siquiera parece jazz improvisado sino sucesión de ruidos. Al doblar el faro o farola se hace el silencio, entramos en la playa de la Malagueta. Un par de chiringuitos, los últimos clientes y el humo ascendente de las barcas que sirven de braseros para espetos. Luces en el mar, siempre indefinidas en la lejanía. La noche es negra.
 

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