Entre viñas y puestos de melones y sandías
transcurre el paisaje manchego. Andalucía torna a olivos, que crecen y esperan
en rincones inverosímiles, repletos de esas formas redondeadas de color
aceituna que no se distinguen de lejos. Suena la música y pasan los kilómetros
dejando a ambos lados bares de carretera abiertos y cerrados para siempre así
como esos otros de alterne que nadie quiere cerrar. Los olivos no tienen fin. Suena Pereza y una canción
fabulosa, Amelie, con una entrada que dice algo como “yo solo busco que me
tiemblen las piernas”. Les acompaña Calamaro, que rasga la voz. Precisa y
preciosa. Acompañamiento para ver pasar pueblos bajo el sol y el cielo azul. Paramos
a descansar en uno de esos bares donde un camarero desbordado atiende una barra
larga. Venden piononos, el dulce de la cercana localidad de Santa Fe, localidad
originada a partir del campamento militar instalado ahí por los Reyes Católicos
para el asalto a Granada. El dulce es un invento de Ceferino Isla, allá por el
1897, en homenaje al Papa Pío IX. Málaga al mediodía nos recibe con un río
seco, el Guadalmedina. Seco por la presa que almacena y evita riadas y que rara
vez se abre por las escasas lluvias. El cauce al sol sirve de paseo a pocos,
mal acondicionado parece esperar tiempos mas venturosos. Calles estrechas y
mesas al aire. Comemos en la taberna Coto un salmorejo y unas curiosas
croquetas de salchichón y puchero. Gente que pide y otras que tocan guitarra o
acordeón y piden. Suena a lo lejos la música de Verano Azul. Y podrían sonar
otras muchas esperando el servicio de un camarero que no tiene prisa hoy ni
probablemente nunca. Y no será por el lleno del local. Nos quedamos solos. La catedral
es imponente. Pagamos la entrada que te permite el acceso. Enorme, alta. Le llaman
la manquita por la falta de una torre, inacabada. Hace calor a pesar de la
oscuridad. Vidrieras en lo alto. Se suceden las capillas, repletas de imágenes
y lienzos. La de los Reyes presenta a la Virgen del mismo nombre, regalo de los
Católicos tras la reconquista de la ciudad en 1487. Fue la imagen que presidió
la consagración al culto cristiano del templo. A ambos lados dos estatuas
orantes de Pedro de Mena representan a Isabel y Fernando. En la misma capilla
un enorme cuadro, la Decapitación de San Pablo, de Enrique Simonet, 1881,
lienzo que sorprende por su luz y la perplejidad de los personajes. En la
capilla en honor de los caídos del bando franquista durante la guerra sobresale
la talla del Crucificado de Alonso de Mena (1587-1646). A sus pies el busto de
una Dolorosa, obra de su hijo Pedro. Gruesas columnas soportan los techos
labrados. Mezcla de estilos, tras un par de siglos de construcción, acaba
decantándose por el estilo renacentista. En la capilla de Trascoro una hermosa
Piedad en mármol, obra de los Hermanos Pissani en 1802. Dentro del recinto sólo
dos estancias forman el Museo Catedralicio. Estamos solos disfrutando de las
pocas pero interesantes obras expuestas. Inconfundible la Piedad de el divino
Morales o el San Pablo ermitaño e iluminado de José de Ribera. Del círculo de
Murillo aparece una preciosa Dolorosa. Se muestran también diversos objetos que
pertenecieron al Cardenal Herrera Oria, enterrado en una de las capillas. De Pedro
de Mena se exponen varias pequeñas esculturas. Salimos por coquetos jardines. En
el cercano y colorido Palacio Episcopal se presenta la exposición Huellas,
conjunto de obras de arte sacro traídas de toda la provincia de Málaga. Ancha escalera
lleva al piso principal donde nos encontramos con una bella tabla pintada por Hernán
López, allá por 1500-1525, titulada el milagro de San Cosme y San Damián. Muchas
obras de Juan Niño de Guevara, pintor barroco, que presenta figuras grandes,
algunas poco agraciadas. A destacar otra Dolorosa de Mena y una Virgen de
Belén, la que da imagen a la publicidad de la muestra, bella talla de Jerónimo
Gómez de Hermosilla, de finales del XVII. Ciudad de amplio fervor religioso y procesionario
presenta algunas Iglesias repletas de imágenes que desfilan en la Semana Santa.
Una de ellas es la de San Juan Bautista. Otro templo al que se llega cruzando
el puente de la esperanza es el de la Virgen del mismo nombre y el Jesús
Nazareno, ella es una talla anónima del XVII y él es obra de Benlliure, obras
que parecen presidir un escenario en lo alto. Alto en el camino en la Antigua
Casa de Guardia, que debe su nombre al fundador, viticultor y licorero, que
inauguró el negocio allá por 1840. Proveedor de la reina Isabel II está en su ubicación
actual desde 1899. Allá recibe al viajero con grandes toneles llenos de vino y
vida. Y sabor añejo en paredes repletas de antiguos carteles festivos. Uno de esos
caldos es el pajarete, moscatel suave y agradable. Pasamos también por la
céntrica Iglesia de Santiago, profusamente decorada y llena de imágenes que varias
hermandades hacen desfilar como la del Cristo de Medinaceli, replica de la imagen
de Madrid. Allí aparece también la partida de bautismo de Picasso, enmarcada al
lado de la pila. Paseando aparecen rincones como la Alcazaba o el Teatro Romano
y se descubre a los vendedores de jazmín en forma de biznagas, uniformados y
dejando profundo aroma por donde pasan.También
los músicos callejeros tocan, para todos nosotros, la ciudad repleta de
foráneos y locales. Hacemos tiempo para subir a las bóvedas de la Catedral o lo
que es lo mismo ascender 200 escalones en caracol hasta el techo abovedado y
remendado para evitar filtraciones de agua. La visita es guiada y nos habla del
arbitrio o impuesto con el que se pretendía terminar la inacabada obra. Parece ser
que en un punto en el tiempo el arbitrio se dirigió a otros sitios. El cielo es
inabarcable a las nueve de la noche, las fotos imposibles, y la torre destaca
sobre la oscuridad. Visiones de ciudad allá abajo, de farolas y coches y casas que
dan luz, de terrazas en hoteles o en casas. De barcos a lo lejos. Damos la
vuelta al recinto, mas fotos. Hay cañones en vez de gárgolas, para espantar al
enemigo. Cansados buscamos acomodo para cenar. La bodega El Patio es agradable
y ofrece raciones como la porra antequerana o alter ego del salmorejo. Tiempo para
recordar lo olvidado. ¿Es posible? Sabores de antaño o recuerdos que afloran,
quizás invenciones. Es tiempo ahora de pasear y seguir el palmeral de las
sorpresas, paralelo al mar, espacio de reconversión de antiguos muelles en
espacio cultural y de disfrute del paseante con numerosos lugares para comprar
o cenar. Algunos barcos y yates en el agua. El artsenal del muelle uno muestra
un coqueto espacio para exponer, sentarse a leer y escuchar música. Lástima que
hoy toque un desafío al buen gusto por parte de una banda instrumentada
haciendo lo que ni siquiera parece jazz improvisado sino sucesión de ruidos. Al
doblar el faro o farola se hace el silencio, entramos en la playa de la
Malagueta. Un par de chiringuitos, los últimos clientes y el humo ascendente de
las barcas que sirven de braseros para espetos. Luces en el mar, siempre
indefinidas en la lejanía. La noche es negra.
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