miércoles, 5 de agosto de 2015

ochos


Vitoria en fiestas como cada principio de Agosto. En la distancia, cada vez mayor, y en el recuerdo, más lejano. Pero será por eso por lo que afloran sensaciones e imágenes de antaño, como de esa pastelería o confitería llamada La Suiza, ubicada en la plaza del General Loma, enfrente del Kolkay de siempre. Ambos negocios se fueron. Sitio aquel donde pararse a ver un escaparate que daba gloria y entrar después de misa en domingo para comprar algo, quizás pasteles, quizás soletillas, quizás bollos, increíbles, nunca ese dulce me supo mejor, o esos ochos, que llenaban sus huecos de crema. Para tomar solos o con chocolate, para llevarlos en una bandeja cuidadosamente cerrada con papel y enlazada para su mejor transporte. Para abrirlos con el deseo y el apetito. Para soñar con la próxima. No me acuerdo cuando empecé a hacer ochos en el aire. Es tan fácil como hacer que tu dedo se mueva y forme figuras. Se puede hacer con la imaginación, mejor con los ojos cerrados. También cualquier objeto o sofá o mesa lo permite, no dejan huella. Hasta una piel lo admite. A veces los hago sobre la suya.

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