sábado, 22 de agosto de 2015

novedad



A veces las novedades asoman en una ciudad que no parece admitirlas por conocida y trillada, pero la vida es novedad aunque no lo parezca, aunque los días transcurran anodinos o plácidos. Y en una población como Vitoria esa incertidumbre puede hacer que un solo día sirva para descubrir un tanatorio desconocido, para rendir cuentas con la certeza de la muerte y acompañar y recordar y ahondar en la memoria y sentir que las voces, aún no escuchadas durante años, permanecen ahí, grabadas de forma que se asocian automáticamente a todo un tiempo pasado. Esa memoria que nos falla en lo casi inmediato se transforma en imperecedera para tantas otras cosas. Y ese mismo día me lleva a Elorriaga, pueblo que ya se confunde con el extrarradio de la ciudad y a un lugar llamado Elorri que es espino en su traducción y residencia de ancianos donde me encuentro con esperas que parecen infinitas, las que nadie aguanta mientras de verdad está viva. No sé sabe cuándo se deja de hacerlo. Quizás cuando no conoces al que se sienta a tu lado aun cuando fuera tu pareja durante muchos años. Imagino su espera, la que todos llevamos dentro y que tapamos con la vida diaria, y la veo como un mundo, pero no sé lo que significa para ellos. Nunca lo sabremos hasta ese momento. Hasta esas horas que lleguen y pasen sin saber por qué. Pero también descubro un tiempo de sonrisas, las que algunos o algunas ponen, llevados por no se sabe qué, de personas que nunca abandonaron la inocencia o que están de vuelta a ella después de pasar por el mundo de los adultos. La quietud nos asusta a los que todavía no queremos esperar. Los descubrimientos continúan al pasear la calle Pintoreria abajo. Acá, al comienzo, una capilla, dedicada a Pedro, de Vitoria, obispo de Osma, fundador del Burgo de tal nombre, en el supuesto lugar donde nació.  Dicen los historiadores que nació en Francia y que la atribución del erróneo lugar de llegada al mundo viene de antaño, de confundir unas letras aquí o allá. La capilla nunca la vi por entonces cuando la calle era nuestro feudo de bares. Quizás me faltara la luz a mí o al santo. Cuando se acaban los garitos y comercios llega el silencio a una calle que pronta a acabar vuelve a presentar luz sobre frontal de piedra y entrada a Iglesia. Es la del Convento de Santa Cruz, siglo XVI. Las dominicas se preparan para misa, el cura también. Retablo hermoso y pinturas a los lados. Al lado de mi casa, lo pasé mil veces, nunca me fijé. Es cuestión de tiempos. Se vive sin más, allá al comienzo, o más bien se apura cada gota del aire, pareciera que nos faltara vida, luego se vive para otros, luego se introducen pausas, luego se vive a secas, siempre mirando por el retrovisor, más pausa que llegará y tarde o temprano la espera, acechando siempre, inevitable, después.

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