A veces las novedades asoman en una ciudad que no
parece admitirlas por conocida y trillada, pero la vida es novedad aunque no lo
parezca, aunque los días transcurran anodinos o plácidos. Y en una población
como Vitoria esa incertidumbre puede hacer que un solo día sirva para descubrir
un tanatorio desconocido, para rendir cuentas con la certeza de la muerte y
acompañar y recordar y ahondar en la memoria y sentir que las voces, aún no
escuchadas durante años, permanecen ahí, grabadas de forma que se asocian
automáticamente a todo un tiempo pasado. Esa memoria que nos falla en lo casi
inmediato se transforma en imperecedera para tantas otras cosas. Y ese mismo
día me lleva a Elorriaga, pueblo que ya se confunde con el extrarradio de la
ciudad y a un lugar llamado Elorri que es espino en su traducción y residencia
de ancianos donde me encuentro con esperas que parecen infinitas, las que nadie
aguanta mientras de verdad está viva. No sé sabe cuándo se deja de hacerlo.
Quizás cuando no conoces al que se sienta a tu lado aun cuando fuera tu pareja
durante muchos años. Imagino su espera, la que todos llevamos dentro y que
tapamos con la vida diaria, y la veo como un mundo, pero no sé lo que significa
para ellos. Nunca lo sabremos hasta ese momento. Hasta esas horas que lleguen y
pasen sin saber por qué. Pero también descubro un tiempo de sonrisas, las que
algunos o algunas ponen, llevados por no se sabe qué, de personas que nunca
abandonaron la inocencia o que están de vuelta a ella después de pasar por el
mundo de los adultos. La quietud nos asusta a los que todavía no queremos
esperar. Los descubrimientos continúan al pasear la calle Pintoreria abajo.
Acá, al comienzo, una capilla, dedicada a Pedro, de Vitoria, obispo de Osma,
fundador del Burgo de tal nombre, en el supuesto lugar donde nació. Dicen
los historiadores que nació en Francia y que la atribución del erróneo lugar de
llegada al mundo viene de antaño, de confundir unas letras aquí o allá. La
capilla nunca la vi por entonces cuando la calle era nuestro feudo de bares.
Quizás me faltara la luz a mí o al santo. Cuando se acaban los garitos y
comercios llega el silencio a una calle que pronta a acabar vuelve a presentar
luz sobre frontal de piedra y entrada a Iglesia. Es la del Convento de Santa
Cruz, siglo XVI. Las dominicas se preparan para misa, el cura también. Retablo
hermoso y pinturas a los lados. Al lado de mi casa, lo pasé mil veces, nunca me
fijé. Es cuestión de tiempos. Se vive sin más, allá al comienzo, o más bien se
apura cada gota del aire, pareciera que nos faltara vida, luego se vive para
otros, luego se introducen pausas, luego se vive a secas, siempre mirando por
el retrovisor, más pausa que llegará y tarde o temprano la espera, acechando
siempre, inevitable, después.
Berenjenas rebozadas
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Asar las berenjenas enteras en el horno. Dejar que se enfríen y quitarles
la piel dejando la parte de arriba como en la foto. Hacerles unos cortes y
estend...
Hace 4 semanas
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