domingo, 19 de julio de 2015

emmylou


Colas, calor y gradas para resguardarse. Riaza, provincia de Segovia. La ola de calor nos persigue incluso a las alturas, casi los 1200 metros. Segunda edición del Festival Country Huercasa. Y segundo día. La marca, segoviana, empresa de productos del campo. El recinto, un campo de fútbol, donde el escenario ocupa la parte enfrentada a la modesta tribuna. Gradas que se llenarán para albergar a los más mayores. Hay jóvenes pero abunda la madurez y más que eso. Media de edad que se eleva. Palco con bancos de paseo de pueblo. Banquillo también ocupado. Y country en vestimentas, en sombreros y en faldas de flecos. O en vaqueros. O lo que quisimos ser. Suenan los banjos. Prohibido entrar comida y bebida, un error. Y un mal detalle no anunciarlo. Y a esperar. Murmullos, colas para comprar tickets de comida y bebida. Colas asimétricas. Expectación. Urinarios portátiles propios de competición deportiva. Moscas que se solazan al calor. Música de ambiente. Luego llega Manolo Fernández y pincha discos. Bocadillos de tortilla y cerveza, más gente. Se van acercando al escenario. Poco baile. Pasa el tiempo y llega el HCF All-Stars Band. Grupo de músicos formado para la ocasión. Cumplen con sus versiones. Después el infatigable Manolo presenta a US Rails. Poderosos en guitarras. También hay balada. Interesantes. Entre unos y otros se mueve casi todo el escenario. Cables que van y vienen. La expectación en aumento. Llega la estrella, ella es Emmylou Harris, pelo blanco, blusa si mangas, falda larga. La gran dama del Country. A su lado Rodney Crowell. Ella 68, él 64. Músicos de gira, su primer concierto en Europa. La banda arropando y haciendo sus solos. Él con su voz especial. Hay algo de mitomanía en querer ver a los que cantan. A los que alumbran emociones. Ella dice que su música va dirigida a mover corazones. La conocí hace muchos años y se me escapan los detalles. Fue en un single de tocadiscos en casa de un tío mío. La oí y quise seguirla. Desde entonces, casi toda su discografía me ha acompañado. Música de sueños y más cosas. Emociones. Su voz siempre fue angelical. Hoy lo es menos. Pero está ahí. La vemos muy de cerca. A escasos metros. Intenta animar al respetable. Asistimos mezclados entre público que atiende de forma diferente. Los hay ensimismados, los hay que están por estar. Quizás sea el poco conocimiento del inglés o el exceso de alcohol o las ganas de otra cosa. Pero debería ser un delito ponerse a hablar cuando suena “Dreaming my dreams with you”. Dos bises para cerrar. El público no insiste más. Se me antoja una despedida fría. Menos mal que sale Manolo para recordar que a veces los sueños se cumplen. La música cumplió esta vez su faceta soñadora. La noche, estrellada. Ideal, para acabar con chaqueta. Abandonamos el recinto. Pero sigue la música, a la salida del campo cuatro jóvenes atacando canciones, la maleta dice que se llaman Jo and Swiss Knife. Unos cuantos nos paramos y escuchamos. Se ve tan poco que los faros de los que se van iluminan la escena. Suenan y muy bien. De aspecto desaliñado, buscado, hacen lo que ellos llaman folk americano. Son de aquí, cantan en inglés y suenan a gloria. Venden CDs. Lo compro. La música de antes, los callejeros ofreciendo su arte y su voz, buscando aplausos y alguna moneda, pero sobre todo brindando la posibilidad de mover un pie, un cuerpo, o de encontrar de nuevo un sorbo de vida en una melodía o en una letra. El grupo que pone punto final a una noche ya negra, buscamos un auto al que la tecnología a distancia encuentra en un paraje donde los árboles y la vegetación se vieron hoy invadidos por un parking. De recuerdo el pelo blanco. Y una voz, y toda una vida, o casi, para ver a la responsable de tantos escalofríos.

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