viernes, 1 de mayo de 2015

andén





Nada es lo que parece en una estación de tren. Los viajeros no son de allí, sólo en tránsito, se apean o suben a compartimentos abiertos, cómodos y luminosos. Están los trabajadores y están los curiosos, los que van a pasar la tarde, a ver los trenes pasar y a los que en ellos circulan. Me gusta el tránsito, la temporalidad de una estación, sus idas y venidas. El viaje como camino para llegar a algo o como camino en sí mismo. La maleta como sinónimo de aventura. La tarde se espesa en Vitoria y el cielo apunta a negro. Caerá lluvia dentro de poco y mucha. Mientras, el techo nos protege, debajo los bancos. Sobre nuestras cabezas nada es lo que parece. Un reloj, y una campana que anunciaría idas o venidas o llamaría a los rezagados. Hoy es objeto inalcanzable. Al badajo no se llega. Ni siquiera el viento la hará sonar. Vista desde abajo no es una campana, es otra cosa. Como todo en suma. Todo según el cristal, el color o el ángulo con que se mire. La estación sigue su vida. Las manos de pintura no tapan su edad.

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