sábado, 4 de abril de 2015

zamora



Entramos en la primavera y entramos en Zamora con nubes y temperatura de entretiempo bajo la voz de Dragó que recita un hermoso verso de Claudio Rodríguez. Hace ya muchos años que estuvimos aquí. Pero reconocemos avenida, parque, hostal, calle peatonal. Eran tiempos de niños y carreras. De altos en otros caminos y de tempos diferentes. Todo envuelto en la bruma de recuerdos. Es Zamora ciudad monumental, de iglesias presentes por doquier, que se presentan de improviso, románicas o no, de piedras de tonalidades claras. La de Santiago tiene tres naves estrechas. La de San Juan Bautista contiene una preciosa talla de la Virgen de la Soledad, obra del escultor zamorano Ramón Alvarez (1825-1889). Se suceden los templos, abiertos o cerrados. Éstos con música de ensayos que traspasan muros. La de la Magdalena alberga en el altar una pequeña imagen de la titular. Sorprende el calvario que preside la nave. De aspecto románico es sin embargo obra del siglo XX, con Cristo hierático. Un yacente, el del dolor, en escorzo y de tonos azulados es obra ya del XXI, de Jaime Domínguez. En la de San Pedro y San Ildefonso reposan los restos de éste último y de San Atilano. En una esquina se pasa a un museo mínimo, cuya iluminación por un euro deja ver un precioso frontal de piedra dedicado al santo titular. Sólo una sala donde se oye el ruido de una paloma, escondida de la vista. Ya en la plaza de la Catedral se encuentra también el museo Baltasar Lobo que presenta algunos dibujos, bocetos y sobre todo las redondeadas esculturas del artista zamorano. La mujer y la maternidad como lemas. Formas similares, a veces indefinidas, otras verídicas, pero siempre con suaves curvas y pulido extenso. En una de esas calles estrechas cuyos vecinos opuestos casi podrían darse la mano se ubican bares prácticamente seguidos. En uno de ellos, Los abuelos I, se dedican a la plancha y las tapas son buenas. Para el café elegimos el Círculo de salón reservado a socios que van llegando poco a poco ocupando cada uno su mesa junto a la ventana. Será el periódico o el café su ocupación, además de la contemplación de una calle casi vacía porque la ciudad descansa al mediodía. Desde el castillo de Doña Urraca se ve el Duero, ahí a los pies. En el pórtico de la Catedral arroz de colores y pétalos de papel, las bodas de hoy. La gente invitada, tan gritona como siempre y elegante a su manera. En la plaza una asociación local celebra el décimo aniversario de los gigantes que desfilan en las fiestas. Cuatro enormes, esbeltos, y algunos cabezudos mas cuatro damas y guerreros, mas algunos cortesanos y campesinos. Los niños se cuentan con dos manos. El público escasea y la capacidad de convocatoria parece casi ridícula. Quieren grabar un video para celebrar la efemérides. La vida en provincias va mas despacio. El sol radiante que anuncia uno no quiere salir y de hecho se irá escondiendo poco a poco. Amaga sólo, tímido y poco primaveral. Suena Tequila, suena “Salta”, conmigo. Visitamos el Museo Catedralicio. Con audio guía. Un bonito cuadro enmarcado, Virgen lactante, anónimo del XVII, está demasiado alto para ser apreciado de verdad. Interesante la escultura de mármol de Carrara parcialmente policromado que presenta a la Virgen con niño y San Juanito. Su autor, Bartolomé Ordoñez, (1480-1520), falleció precisamente en el pueblo italiano que da nombre al mármol. Destaca en el museo una gran colección de tapices, de los siglos XV y XVI. Hechos con lana y seda en talleres belgas presentan caras de poca expresividad, pelos caídos y largos y vistosos ropajes entre vegetaciones. Las miradas al cielo. Ya en la catedral destaca una pintura mural de San Cristóbal de gran tamaño, que dicen era invocada para evitar la muerte súbita. Se suceden las capillas que dan cuerpo a un recinto pequeño en su conjunto. Una talla del XVI, anónima, el Cristo de las Injurias, procesionará pronto. En un lateral cercano al altar se expone todo un apostolado en lienzos del XVII que podrían ser obra del italiano Luchessino. Si la Catedral todavía albergaba algún visitante no será lo mismo el Museo Diocesano, que se encuentra en la Iglesia de Santo Tomé. Realizamos solos la visita. Tres obras excepcionales, la joven Inmaculada de Gregorio Fernández, talla con largo cabello rizado. Y los dos bustos aislados en vitrinas que presentan al Ecce Homo y a la Dolorosa. Su autor, Pedro de Mena. Pulidos hasta la extenuación, y de realismo exultante, las lágrimas y la sangre alcanzan esa casi perfección de la obra acabada a conciencia. Llueve escasamente y el viento despide al invierno. No se hizo la primavera y los cafés se pueblan. Chocolate con porras tras el sueño. En Malú, al lado del Mercado de Abastos. Se llena poco a poco. Día gris y lluvioso. Nadie en las calles, duermen. En el Museo de Bellas Artes tampoco madrugan mucho. Volvemos a hacer solos una visita. Bello el palacio del Cordón. Arqueología y artes en varias plantas. De lo antiguo sólo queda la fachada. El interior todo nuevo. Nerón y Séneca dialogan en escayola, obra de Eduardo Barrón, 1904. Algunas vitrinas presentan textos, buena idea. Es como si dejaran escribir al público. Se suceden las esculturas y pinturas. La mejor, una tabla anónima del XV, un Calvario rebosante de color y dolor. Cruzamos el puente de piedra bajo la lluvia. El Duero rebosa y hasta genera cascadas, alguna isla exuberante de vegetación, compuertas en algún punto. Paseos en la ribera para deportistas o andarines. Hoy pocos. Volveremos un poco mas tarde al Museo para ver una exposición, fotos y pintura, Un tiempo entre visillos, o modelos de mujer del siglo XX. Otra vez solos, vemos fotos de fondos familiares o institucionales, con la inspiración del papel de la mujer en la sociedad del pasado siglo plasmado en obras de Laforet o Gaite, como Entre visillos y Cuarto de atrás. Antes de comer en la Iglesia de San Torcuato se oye algarabía. En capilla aledaña suenan las voces de niños, que de repente rezan, voces uniformadas, paran, y vuelven los gritos. Y luego salen, final de catequesis, libros en mano. Gran retablo en el frontal. Para matar el hambre el Bambú presenta unas patatas bravas difícilmente mejorables. Es la especialidad. Como lo son también los pinchos morunos a la brasa del Lobo, donde el camarero se desvive en atender bien a los clientes y en cantar los pedidos ante la sorpresa de los turistas. De ahí al coche.

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