Joe Rigoli se cansó de seguir. Su frase perdudará, “yo, sigo”. Ley de
vida, el intentar no desfallecer. El tema es cómo. Decía Ruskin hace ya muchos
años, siglo XIX, lo siguiente: “es esa vida de la costumbre y lo accidental en
la que muchos de nosotros pasamos buena parte de nuestro tiempo en el mundo;
esa vida en la que hacemos lo que no nos hemos propuesto, y en la que decimos
lo que no queremos decir y asentimos a lo que no entendemos; esa vida enterrada
bajo el peso de las cosas externas a ella, que, en lugar de asimilarlas, se ve
moldeada por ellas,….”
Cuestión de decidir, elegir qué vida se quiere vivir. En mi periodo de
convalecencia el tiempo se hace largo. Las horas tienen mas minutos, para leer, ver o escuchar. Tiempo para elegir entre
la basura de gran hermano, VIP o no VIP, de miserias voceadas disfrazadas de
experimento sociológico, con entresijos expuestos de relaciones viciadas y teatralizadas
que discuten el absurdo. O decidirse por la bonita y agradable Gran Hotel
Budapest. Cine visual, simétrico y con sentido del humor. O seguir el patético
Master Chef Junior con niños a los que no se deja ser como tales en vez de contener la
respiración viendo imágenes inéditas de la segunda guerra mundial sin rostros
guapos, con muertos reales, con explosiones sin alardes, rostros que descubren
la cámara y miran fijamente, impotencia mientras se alejan. El estado mental
es, aparte de algo particular de cada uno, una revista. Nacida con intenciones,
“la aspiración de vivir una vida que merezca la pena ser vivida”, “descansar de
la máscara”. ¿Cómo? Primer paso, “entender el mundo”. “Ya que no en la
superficie, quizá las cosas tengan sentido en lo profundo, puede que haya
llegado la hora de sumergirse en las profundidades”. Ayuda para pensar y reflexionar.
Ahora sólo queda elegir y discernir, día a día, mientras se tatúa en nuestra
mente el mensaje de Rigoli.
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