El cuarto día empieza en el Bargello, museo de escultura
principalmente. El palacio ya merece una visita en sí mismo, imponente espacio
con escalera, que parece la de un castillo, para ascender a la primera planta. La
baja alberga una importante selección de esculturas, muchas de Miguel Angel y
Cellini. Pero hay más, hay cerámica, orfebrería, cuadros y vitrinas con objetos
de todo tipo. El texto asociado a un crucifijo de Buonarroti nos dice que el
maestro se pasó una larga temporada diseccionando cuerpos con el objetivo de
aprender la anatomía humana. Inmenso el salón de altos techos llamado de
Donatello con el espectacular David en bronce de dicho autor. El espacio
sobrante resalta las obras y la luz se encarga del resto. Subimos a
continuación al Duomo, la subida es dura y empinada. Las paredes llenas de
mensajes y firmas. No escribir en las paredes es el cartel que aparece. Fechas,
nombres y corazones lo niegan. El conjunto desde arriba parece excepcional pero
no lo disfruto. Vértigo, sólo una barandilla de protección, la sensación me
hace querer bajar cuanto antes. Espectacular la vuelta que se da en la parte
alta de la cúpula, tanto en la subida como en la bajada, que muestra de cerca
los frescos y que deja la Catedral ahí debajo. Seguimos nuestro periplo y
pasamos por el Museo Medici Ricardi donde el patio se muestra verde, con agua y
estatuas, antiguas y modernas, en perfecta armonía. La capilla de los magos
muestra la gran obra de Gozzoli en forma de frescos en las paredes. Me quedo
con un precioso cuadro de Filippo Lippi (1406-1469), de la Virgen con el niño. Siguen
más salas como la que muestra los frescos de Luca Giordiano con decoración
barroca y bonitos cristales pintados. Ya en la calle se nota una mayor
presencia de gente, se acerca el fin de semana y la temperatura también crece. Nos
pasamos por el Museo del oficio de las piedras duras donde se muestran bonitos
ejemplos de este tipo de cuadros realizados con múltiples incrustaciones; el
piso superior muestra una infinita vitrina con toda clase de piedras
clasificadas adecuadamente. Comemos de nuevo en el mercado central, esta vez en
la Pescheria ultima spiaggia donde damos buena cuenta de una fritura de
bacalao, calamares y gambón. De postre, el pan del pescatore, o bollo potente
con frutos secos. Andamos bajo el sol y descubrimos otros barrios llegándonos a
la Plaza Ciompi que alberga un pequeño rastro con casetas antiguas y
destartaladas llenas de trastos y antigüedades. Las casas y sus persianas dan
un aire diferente al lugar. Seguimos caminando y acabamos en la sinagoga y el
museo judío, donde las medidas de seguridad se incrementan. El móvil se deja en
una taquilla externa y el público escasea. Cuentan los paneles que los judíos de Florencia
vivieron en ghetto desde 1570 hasta la ocupación de Napoleón. También cuentan
que la noche del tres al cuatro de agosto de 1944 los nazis dejaron la ciudad destruyendo
todos los puentes excepto el vecchio. También intentaron hacer lo mismo con la
sinagoga pero un fallo en la detonación hizo que los daños fueran mínimos. La iglesia,
a la que entro con la cabeza cubierta, es austera, y no hay ningún tipo de
imágenes. La visita a la casa de Miguel Angel o casa de la familia es
interesante. Poca gente y tiempo para disfrutar de la tranquilidad y de poder
sentarse un rato a admirar alguna obra. Muestra dibujos, esculturas pequeñas y
retratos del artista que le dibujan siempre con el mismo perfil. Una habitación
muestra dos obras casi idénticas, el noli me tangere o no me toques, representando
la aparición de Cristo a María Magdalena. Una de ellas es de Pontormo, basada
en un boceto perdido de Miguel Angel, que éste hizo en 1531 para Alfonso de
Avalos, general de Carlos V. Y en una de las últimas salas aparecen dos obras
grandes de Miguel Angel, La batalla de los centauros, y la Virgen de la
escalera, composición original donde no se sabe si el niño está mamando o la
madre lo acuna y esconde para que evite ver los juegos de los otros niños en la
escalera. No sé si la plaza de la Santa Cruz es la más bonita de Florencia pero
desde luego opta a ello. Espacio abierto con mucho banco sin verde, donde
destaca la fachada de la propia basílica, las casas de colores y la música de
violín, guitarra y chelo al sol. La basílica sigue la línea de todo lo visto,
inimaginable, y contiene las tumbas de varios grandes, como Machiavelo, Dante,
Galileo y el propio Miguel Angel. El monumento funerario de Pio Fedi al
dramaturgo Niccolini, que data de 1877, parece un anticipo de la célebre
estatua de la libertad de NY. Por destacar algo más, hablemos de la
impresionante Anunciación en piedra de Donatello con incrustaciones doradas. Le
siguen capillas, sacristía y frescos por doquier. Un claustro de verde
reluciente antecede a otro también verde y soleado sin frescos y silencioso. Descubrimos
las sinopias o bocetos originales en piedra sobre los que se pintaban los frescos.
Las sinopias toman su nombre del pigmento rojizo utilizado, originado de la
ciudad turca Sinop. Y ahora se exhiben después de que los frescos que las
cubrían hayan sido “despegados” de la piedra. Impresionante la simplicidad de
trazo de la Virgen con niño del Maestro de San Martino de Mensola (1375-1400).
A modo de vía crucis, imaginario y real, iniciamos la subida a la
parte alta de la ciudad. Una reserva de gatos a la derecha precede a un bonito
jardín a la izquierda donde arte contemporáneo rodea bancos y césped. Desde arriba,
ya en la plaza Miguel Angel, la vista merece la pena, el río surca la ciudad y
todas las torres se ven desde otra perspectiva. Animación callejera, gente y
músico que hace abarrotar unas escaleras mientras desgrana melodías a la
guitarra. Los jóvenes escuchan. Las fotos se suceden. Otras jóvenes beben de
botella de vino a morro. Miguel Angel de verde todo lo observa y el sol que
todo lo inunda. Todavía queda más, un último esfuerzo hasta la iglesia de San
Maniato del Monte, donde la fachada es blanquiverde, dentro oscuridad y
silencio. Una señora que nos ha oído comentar algo con un sacerdote sobre
nuestro origen se dirige a nosotros. Es americana, de Pensilvania y de apellido
Spagnolo. Comentamos con ella nuestro trayecto y el suyo. Nos dice que hay misa
cantada en breve. Asistimos por unos minutos. Bajamos cansados, preparados para
cenar. Encontramos la Birrería Centrale, bonito local, antiguo, acogedor e
íntimo, donde a la luz de una vela comemos prosciutto y lasagna. Paseo y
descanso, agotados.
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