Hace pocas fechas vi el comienzo de la película Niagara,
1953. Allí aparece, o más bien llena la pantalla, Marylin Monroe, 27 años tenía
entonces, la tentación en persona, la voluptuosidad hecha mujer, ahora acierto
a entender el impacto que tuvo esa mujer en su época. Y Marylin paseaba su
hermosura por el borde de cataratas sin fin, y probablemente esa película
inspiró a muchos una visita turística a dicho sitio y muchas otras cosas. Son las
cataratas lugar de ruido y agua. Inspiración para sentir que la naturaleza está
por encima, imparable tantas veces, domable algunas, hasta parece por un momento que la bestia
ha sido vencida, encajonada entre turistas que se asombran ante la magnitud del
espectáculo, pero esa sensación desaparece cuando uno monta en un pequeño
barquito, The maid of the mist, se pone un chubasquero amarillo y navega con
cuidado hasta allá donde se siente el rugido del agua que bate en caída libre.
Allá donde la prudencia del navegante desaconseja seguir, allá donde los que ya
sintiendo que están de más pueden aprovechar para darse el definitivo baño,
allá donde el agua lo impregna todo. La naturaleza brinda pocos espectáculos
como éste, y aunque la televisión se quiera convertir en fiel reproductor de la
realidad, todavía no hay nada como estar allí, sintiendo esa humedad que cala
los huesos, en viaje controlado, en el que llueve a mares desde el cielo, y en
el que desde la orilla canadiense se saluda a la otra orilla americana.
domingo, 7 de octubre de 2012
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