sábado, 13 de octubre de 2012

edimburgh ag-91(3)



Camino de Escocia, la que ahora convertirá en plebiscito el deseo de independencia de parte de la población, alejada de Inglaterra, es difícil ver el sol, casi imposible esos días, el cielo es gris aunque casi no llueve, lloverá a lo largo del otoño e invierno para dar color a los campos y a las extensiones donde sólo el brezo reina, allá donde se pueden contemplar algunos de los parajes más espectaculares que uno pueda imaginar, donde la soledad parece eterna, donde no parece correr el tiempo, donde las carreteras son accesorias, pero vitales, estrechas y casi escondidas en el paisaje. Pero Edimburgo todavía es ciudad, con su imponente castillo, que conserva un característico olor. Al despertar tras la primera noche allí, enfermo a mediodía, repentinamente, con fiebre alta, “jose se pone malo, fiebre”, “jose se pone bueno, no fiebre”. Lo dice Elena en sus notas, la que me cuidó, recuerdo el Bed and Breakfast donde estábamos alojados, enfrente de un campo de golf, la habitación enorme, con grandes ventanales, la dueña me dio alguna pastilla, mano de santo, por la noche pudimos asistir al espectáculo del Tattoo, desfiles de bandas militares, que marchan al son de gaitas y tambores, bonito espectáculo al aire libre, tapados con manta, la noche refresca en la explanada del castillo pero el calor se conserva al cobijo de la cercanía.

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