Que Euskadi es diferente no cabe duda. Dice un amigo mío que
allí la selección española se sufre en silencio, como las hemorroides. El 1 de julio a las 11 de la noche la calle era puro silencio, la “roja” acababa de
proclamarse campeona de Europa, yo paseaba por Vitoria y me encontré a siete
aficionados aislados. Los sondeos de TV dijeron que el 80% de la gente que veía
la tele en Euskadi esa noche estaba viendo el partido. Unos cuantos, pero en
silencio. Y no te salgas del tiesto que cuatro subnormales se vestirán de
fascistas y te arrancarán la camiseta roja a hostias. Sí, no hay otro nombre
que miedo, y falta de libertad. Y me acuerdo ahora de aquello porque veo las
pintadas de “Llorente, muérete español” y veo que el alcalde de Bilbao dice que
es obsceno que el jugador pida 5 millones de euros. Y lo es, pero también lo era
la temporada pasada, con la única diferencia de que entonces Llorente era
vasco, ahora ya es español. Pero en fin, que los políticos hablen de
obscenidades no es muy elegante. Mercenario le llaman los aficionados del
griterío, como si los vascos no fueran como el resto de los seres humanos, que
cambiamos de empresa por dinero, de pareja por sexo o por buscar la felicidad,
de coche porque nos apetece, y de tantas otras cosas porque nos da la gana.
Pero ahora les han tocado la fibra de las entrañas, la que nunca se debe de
tocar, la de que dónde vas a estar mejor que aquí con lo bien que te hemos
tratado. Váyanse a tomar,…., una Fanta, como dice el anuncio.
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