lunes, 23 de abril de 2012

valladolid

Espacios abiertos, un poco de desorden, agua en forma de lagos, setos y arboles dispersos, desorden premeditado. Estas son las premisas que la web ofrece para definir lo que debería ser un jardín romántico. Valladolid tiene uno, con ese nombre, en la casa donde nació el poeta José Zorrilla. No se parece nada a la definición, pequeño, cerrado, coqueto, no confluyen definición y realidad. Quizás fuera un error de origen, quizás habría que adjetivar los jardines por lo que en ellos ocurre. Quizás un jardín romántico debiera ser, fuera de academicismos, aquel en el que el romance o el amor acampan o aquel que anima a que ocurra algo imprevisible, porque siempre la naturaleza fue y es inspiradora de sentimientos, fuente de sorpresas.. Pero salvando semejanzas la casa museo de Zorrilla acoge al visitante con una breve pero muy interesante visita. Allí se conserva el escritorio sobre el cual el escritor murió en Madrid. Dicen que sus últimas palabras fueron: “qué bien he dormido y cuanto he escrito”. Morir sentado, escribiendo, no parece una mala forma de dejarlo todo, siempre que todo haya quedado dicho y el tintero no se guarde nada, cosa difícil, por cierto. Y Valladolid está llena de iglesias, algunas imponentes, con esculturas magnificas, y para piezas de otro mundo, el Museo Nacional de Escultura, en el ya de por sí importante Colegio de San Gregorio. Y entre todas las tallas busco las de Gregorio Fernández, maestro del barroco, y no me quedo con ninguna y me quedo con todas a la vez, pero impresionan la Piedad y Santa Teresa, algo de vida parece surgir allá donde sólo lo inanimado habita. Y algo nuevo me sorprende, se trata de la obra de Luis Salvador Carmona, 1708-1767, escultor de Cámara real, sobrecoge su Cristo y su Santa Eulalia crucificada que cuelgan de paredes blancas que resaltan la estancia. Ya fuera del museo, queda lejos la visión de la trompeta de la muerte que no hace tocar la figura del mismo nombre. Y gana la vida que allende los muros fluye en día de diario y entre los placeres temporales la gastronomía se ha hecho un hueco con reconocido prestigio, allá donde el agua nunca deja de correr, a orillas del Pisuerga.

No hay comentarios: