domingo, 8 de enero de 2012

afilador

A veces el fútbol es aburrido, veo un partido, del llamado fútbol base, juega mi hijo, y a pesar de eso, sólo faltan los bostezos; prima lo individual sobre lo colectivo. La colectividad en el fútbol es difícil de alcanzar. Y cuando se logra, se suele vencer. El triunfo de la colectividad sobre lo individual, eso es el cerebro. La máquina casi perfecta. A esa máquina le llega también el otoño, dicen los expertos, y ponen fecha, a partir de los 45 años. Dicen que a partir de ahí se empieza a perder memoria, capacidad de razonamiento, y también fluidez fonológica y semántica. Será el fin de las facultades. Ya saben, el fútbol es un estado anímico, pero también para el espectador, será que me faltan neurotransmisores esa tarde, de los buenos. Y cuando veo a Álvaro Pombo me alegro, aunque se le caiga al suelo el premio Nadal. Y es que las manos no siguen las órdenes, pero en la tranquilidad del estudio los fonemas salen sin prisa, medidos y cuidados, para crear obras que lleguen al alma, allí donde la veteranía siempre será un grado. Y mientras sueño despierto el afilador pasa, “…., navajas, cuchillos, tijeras, pobrecito afilador, que mala vida te espera, ….” No, no es mi imaginación, es real, recuerdo del fondo del armario, tengo testigo.

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