sábado, 21 de mayo de 2011

a medianoche

El cine tiene algo de magia. La oscuridad, la pantalla enorme y el silencio, sin teléfonos ni móviles, hace que pueda uno sumergirse en la historia. Perdonen el inciso, algunos se sumergen en enormes cubos de palomitas. Algún día un espectador acabará sepultado entre el maíz. Volvamos, me sorprende Woody Allen, una vez más, y para bien. Su última película se mueve por Paris. Se acaban los calificativos. No sobra nada en sus películas, ni los momentos para recordar, ni los diálogos cara a cara, ni las miradas y la música, ni la perfecta fotografía. Y la lluvia para acompañar. Los temas son los de siempre, su visión del amor, el presente y el que puede ser. Llega el final. Todo acaba y la magia se desvanece cuando se enciende la luz. Hacer fácil lo difícil sólo está al alcance de unos pocos, y para bordar la vida misma y sus sentimientos, Allen se convierte en imprescindible.
Midnight in Paris. Woody Allen. 2011

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