miércoles, 2 de octubre de 2024

lisboa.sept24.3

Andar, buscar otras calles y otras vidas, bajar al río, cruzarlo, llegar a Cacilhas, hacer fotos, es encantadora Cecilia, brasileña ella, que junto a su familia llevan unos meses regentando Mundi Love, local que vale para un brunch o para un café y que nos pide que escribamos algo para el mural que cuelga dentro. Estamos en Almada y ahí, debajo del Cristo Rey, se habitan las naves que amenazan ruina, se monta una tienda solidaria y se abre un bar que da miedo. Los murales y pintadas se actualizaron, son de 2024, se tapa la pintura que se hizo antigua a la fuerza, capa sobre capa. Ajenos, algunos pescadores a lo suyo. Sorprende la falta de autoridad municipal para desalojar a los okupas o para tirar lo ruinoso. A unos metros, en el restaurante Punto Final, ese donde si pones mal un pie acabas en el Tajo, se come bien, hacemos cola que luego no es tanta, merece la pena esperar unos minutos por probar la crema de alubias y verduras que es antológica y por el arroz tamboril que no se queda atrás. Al regresar las olas han crecido y a pesar de eso sueño por escasos segundos, unas cabezadas desde babor en el barco que cruje pero no se hunde. Hay más espacios abandonados en la orilla lisboeta que sin ser rehabilitados se han acondicionado como espacio de ocio. Puede ser Alirari el nombre pero no, será Mirari, es lo que tiene una caligrafía rebuscada. Todo se aprovecha para sentarse, hay sombra y barras que sirven bebida, la cabina de un avión que un día voló también está ahí.
Siempre volvemos al LX Factory, nuevas tiendas, ropa bonita y de diseño, otro libro en una de mis librerías favoritas, y como no, acabamos en San Amaro, por las vistas, por la iglesia, hoy cerrada, porque se respira paz y quizás porque es ya un poco parte de nuestras vidas.

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