sábado, 21 de septiembre de 2024

lisboa.sept24.2

Si el océano no fuera tan largo lo cruzaría desde aquí, desde la península de Troia en Setúbal. Y al otro lado me encontraría América, las Américas, todas enteras, tierra de oportunidades.

En esta manga se construye a lo bajo, se preservan las dunas y la playa que mira al Atlántico no tiene fin. Llegamos en ferry patrocinado por Coca-Cola, no vimos delfines y sentimos lo que llega del norte, sea brisa, viento o aire.

Aquí estamos, sentados en la arena, bajo un paraguas negro que nos protege del sol, escuchando rumores y viendo colores.

La comida en Troia fue buena, al lado de los barcos de recreo, se respira lujo alrededor. Luego vemos otros barcos, varados, rotos, comidos por el tiempo. Luego vemos ruinas romanas donde salaban el pescado y producían el garum o salsa de pescado, desde aquí se mandaba a los confines del imperio.

Luego el sueño me vence y dormito mientras esperamos el ferry de vuelta en el que se embarcan muchos trabajadores de una empresa de jardinería que ya acabaron su jornada y vuelven a la ciudad, Setúbal, que promete inicialmente en su parte antigua con plazas coquetas y terrazas, con una heladería valenciana fundada en 1938 por los Bornay Verdú que no tiene horchata. A medida que nos alejamos, las calles se llenan de casas cerradas o en ruinas. Lo prometedor se desvanece. 

El sin techo se cae en la entrada de la cafetería, lo levantamos y no habla, no responde a las preguntas, aunque parece maldecir su suerte, no sé si la de hoy o la de su vida, quién será y adonde irá. Nos reconocemos mutuamente al marcharnos con un saludo de cabeza sin palabras, un signo que a pesar de su humanidad deja un rastro de tristeza. Y el cansancio es tan abrumador que volvemos y cruzamos el Tajo otra vez por el puente de los sueños.

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