sábado, 10 de junio de 2023

estremoz.junio.23

En medio de esa nada que tiene de todo, dehesas inmensas, encinas aquí y allá, cementerios derruidos, carreteras que no lo son, tan sólo caminos de arena y piedra, allá las vallas y el ganado que se asusta de nuestra presencia, con vacas y toros mansos, supongo, el sol, las nubes, la tormenta a lo lejos, los truenos, las piedras del camino, y una inscripción, A.C.S. En medio de todo eso está la finca y todos nosotros, reunidos para celebrar, con comida, bebida y bailes, con piscina y fuego de campamento, con muchos de blanco, con muchos de colores y con perros con nombre. Celebrar la vida y brindar allá en Estremoz.
Parte de esa Portugal que no madruga en domingo y que parece dormitar en su tarde. Primero pasó el diluvio, luego Castelo Branco, con restos de muralla y torres en la cima, ahí el mirador. Con parque de ciudad, todo en calma, muy pocos, ¿donde están? Y que no falten los empedrados y las aceras de mosaico y los carteles de la izquierda que piden aumento de sueldo y las casas no habitadas, abandonadas, las que esperan tiempos mejores. El centro antiguo se cae, entre algunos naranjos se venden casas sin compradores, de escaleras estrechas. Todo bajo un sol mañanero de lunes que pica, más en el jardín del palacio del obispo donde hay olor, agua y rumor y estatuas de reyes, algunos de ellos llamados intrusos, algunas naranjas cayeron, las virtudes no. En un momento, a vista de pájaro, todo el conjunto parece un laberinto en miniatura. 
Es Monsanto una aldea portuguesa de pendientes imposibles y de formas caprichosas, las que creó la naturaleza en forma de enormes rocas y moles de granito a las que el hombre se adaptó para habitar el entorno. Y desde arriba todo lo que la vista puede ver, desde tejados a tierras, desde árboles a montañas, quizás una frontera tan invisible como real diga que allá está España. Con escasos turistas, con ese silencio natural que nunca descansa caminamos la dura subida al castillo, erigido, conquistado, reconquistado, piedras que pisaron los templarios, atalaya para divisar a los enemigos. Y alguien dio gracias en la capilla y alguien estuvo enterrado sobre la piedra excavada. Y ya sólo falta seguir, cruzar la frontera y comer en Coria, donde esperan a San Juan, que entonces correrán los encierros vestidos de blanco y rojo y donde el verano parece haber llegado ya.

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